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Celia junto a sus padres, María Jesús y Pelayo, el día de su graduación en el Palacio de Congresos el 26 de abril.

«Al principio me daba miedo»

Celia Gómez, de Sanchotello, se ha graduado a los 21 años en Trabajo Social. Lo ha hecho con una dependencia del 90% y la presencia de su madre, que se trasladó con ella a Salamanca para ayudarla

TEL

Sanchotello

Domingo, 11 de mayo 2025, 17:55

Celia Gómez Hernández es una joven de 21 años, natural de Sanchotello, que está a punto de acabar sus estudios de Trabajo Social. Como otros muchos jóvenes de su edad no ha decidido aún qué camino seguir de ahora en adelante y duda entre seguir estudiando con un máster o presentarse a unas oposiciones. Como otros muchos estudiantes, lo ha hecho sin perder un curso, aplicándose en los estudios al máximo.

Es una situación muy habitual en los jóvenes de su edad, pero no lo es tanto que lo haya hecho una joven en silla de ruedas y con una dependencia del 90 %. Y es que Celia sufre una enfermedad rara degenerativa neuromuscular, que está sin diagnosticar, pero es del tipo Charcot Marie Tooth. Situaciones que le han condicionado, pero que no le han impedido terminar sus estudios en cuatro años. Salir a Salamanca era toda una aventura ya que, hasta ese momento, en el IES Vía de la Plata de Guijuelo, donde estudió, contaba con el apoyo de una Auxiliar Técnico Educativo (ATE), pero ahora todo cambiaba.

El apoyo de su familia y la presencia permanente de su madre, María Jesús, lo hicieron también posible. «Al principio me daba miedo, no sabía si ir o no, pero luego, probando, todo salió bien. Cuando acabé el instituto no tenía nada claro y estuve viendo asignaturas, estas me interesaban y en casa me animaron a hacer la matrícula. La orientadora me animaba con Trabajo Social, pero no había instrucciones claras, no sabían qué decirme. También mi hermana me animó a probar y quedamos en Salamanca con una amiga suya de Sorihuela que había sufrido un accidente», detalla la joven, que también acudió al Servicio de Asuntos Sociales (SAS) de la Universidad de Salamanca. De allí fue a la residencia, donde planteó a la dirección que sola no podía estar y el centro accedió a que su madre se quedara con ella. «El primer año se quedaba allí por si necesitaba algo, pero en los años posteriores ella salía a pasear y luego, al acabar la clase, le llamaba».

Respecto a los compañeros, reconoce que, al principio, llegaba con miedo, pero todo se disipó pronto. «El primer año iba con miedo, con un poco de reparo, pero pasando el primer día hablé con los compañeros e hicimos trabajos en grupo. Después del primer año fuimos todos socializando porque el primer año va todo el mundo que no sabe».

Guarda buenos recuerdos de estos cuatro años, ya que no tiene queja ni de profesores ni de los compañeros. Puede que no se presente aún a las oposiciones y siga estudiando. Está mirando algún máster, pero depende de si son presenciales o no. «Tengo pensado seguir estudiando», confirma finalmente.

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