La vida de clausura vuelve a la normalidad en los conventos de la provincia
Los conventos vuelven a la normalidad previa a la pandemia con la recuperación de actividades como bordado y elaboración de pastas y obleas, aunque permanecen alerta ante los posibles contagios
Bien sabido es que las religiosas que viven en conventos llevan una vida austera. Si para ellas el confinamiento no supuso una excesiva pérdida de libertades de movimiento, lo que desde luego implicó fue un estilo de vida aún más frugal. Recoger los productos del banco de alimentos no era tarea fácil, y tampoco renunciar, como no pudo ser de otra manera, a las humildes labores que las proporcionan bienes de primera necesidad.
Esos tiempos de mayor ahorro del habitual, y de muchas oraciones por los enfermos y fallecidos por la covid, han ido quedando atrás poco a poco, y aunque la amenaza sigue ahí, las distintas órdenes de la provincia salmantina han recuperado prácticamente la normalidad, han vuelto a sus labores típicas, y han retirado la mascarilla, aunque siguen teniendo cautela y mantienen ciertas medidas sanitarias como el uso del gel hidroalcohólico, y el control si hay sospecha de síntomas entre alguna de ellas.
Así, Las Agustinas, en el convento de La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, en San Felices de los Gallegos, aseguran que a la hora de elaborar y vender los dulces toman medidas para evitar lo máximo posible el contacto. “La venta va con normalidad, hacemos lo mismo de siempre”, explica Sor Fátima Ramírez. Aunque reconocen que procuran tener cuidado con las visitas.
También desde Vitigudino, en el monasterio de Santo Toribio, donde viven Las Agustinas Recoletas, impulsan las actividades habituales, las cuales, matiza María Araceli Bartolomé, nunca se interrumpieron a pesar de las dificultades. “Lo que más hacemos es bordar, aunque ahora muy poco, porque la gente no quiere planchar ni lavar, se ha suprimido mucho”. Sus funciones también se extienden al huerto. Las mascarillas es uno de los elementos que han retirado hace tiempo, ya que, siendo tan solo doce, son como una gran familia. Las visitas, reconoce, “se dan menos”, y recalca que “la gente no se mueve como antes”.
Las Carmelitas Descalzas, en Ciudad Rodrigo, no reciben visitas apenas, a excepción de fechas como la Pascua, o en el caso de familiares. Tampoco hacen uso de la mascarilla, debido a su estilo de vida. “Nadie entra y nadie sale”, recuerda María Electa. En total son catorce las religiosas que conviven en el convento de La Sagrada Familia.
Del mismo modo, Sor Magdalena Hernández, desde el convento El Zarzoso, en el monasterio de Nuestra Señora de Puerta Coeli, junto a la orden de las Franciscanas de la Tercera Orden, explica que siguen la norma según se dicta, y que llevan la mascarilla en el exterior, pero no dentro, donde sus relaciones sociales se limitan a las hermanas. “Si alguna tiene un síntoma, ella misma se pone la mascarilla; hemos hecho test alguna vez, nadie ha dado positivo, el virus no ha llegado aquí”.
Viven, subrayan, un momento difícil, al igual que “un comercio que tiene que adaptarse, por lo que en ese sentido se ha resentido bastante la economía”. La ayuda, no obstante, “ha sido mucha desde el banco de alimentos, Cáritas y Guardia Civil”. Han vuelto a su sustento, principalmente pastas y obleas.
Ucrania es una guerra que ellas libran a su manera, rezando de manera extraordinaria por la paz, y aunque no impulsan desde dentro ninguna acción solidaria, ponen a disposición de las campañas externas aquello que pueden, y aseguran estar dispuestas a colaborar dentro de sus posibilidades. “Colaboramos con el Ayuntamiento poniendo lo que tenemos”, afirman Las Agustinas de San Felices.
Por su parte, Las Agustinas Recoletas, de Vitigudino, ya han aportado limosna, sin pensarlo ni un instante, para la causa ucraniana. “Da mucha pena que pasen estas cosas en el mundo, mucha rabia; todo lo que se haga es poco”, subrayan.