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Domingo, 20 de noviembre 2022, 14:32
Cándido Calvo y Consuelo Armada son una pareja de jubilados que reside desde hace décadas en el municipio de Villarino de los Aires después “de muchos años de trabajo como encargado tanto para la presa, primero en la construcción de la de Aldeadávila y más adelante en labores de mantenimiento, como para la cercana mina de Barrueco”, señala no sin orgullo el jubilado de un trabajo que “nos ha permitido tener totalmente reformada la casa y con instalación de calefacción en perfecto funcionamiento, aunque tiremos para atrás de usarla”.
Y trae a colación su pasado como encargado en referencia a la “tal vez incompresible situación de que la luz esté por las nubesprecisamente aquí, en esta zona donde están los saltos que la producen, tan cerca de casa”, afirma.
Aunque en estos tiempos que corren “lo de poner la calefacción y que aumente todavía más la factura al final de mes es algo que intentamos retrasar lo más posible, al menos hasta que lleguen los fríos de verdad que aquí en el pueblo el invierno es duro”, señala Consuelo Armada, una gallega que se vino a Las Arribes al contraer matrimonio y que afirma, no sin cierta “morriña”, que “en Galicia el tiempo es más benévolo”.
Mientras llegan los hielos y los vientos del norte, no en vano la pareja reside en Villarino de los Aires, Cándido y Consuelo evitan que la casa se quede fría con un recurso tradicional, el brasero de cisco: “Tenemos la suerte de contar con una bodega en la que preparar el carbón y de mucha leña procedente de unos terrenos de vides que arrancamos hace algunos años, con lo que el gasto es mínimo”.
Al igual que esta pareja, son otras las viviendas de Villarino de los Aires y de la gran mayoría de los pueblos de la Salamanca rural en los que estos tradicionales sistemas de calefacción de los hogares están saliendo de nuevo a la luz, tras muchos años abandonados y tal vez incluso olvidados, como alternativa o única solución a no pasar frío.
Un sistema de calefacción tradicional que como tal tiene también su parte de inconvenientes, como “que todas las mañanas hay que limpiar de cenizas el brasero, volverlo a cargar y encenderlo, y luego, a lo largo del día, vigilarlo para que se queme bien el cisco”, señala Consuelo Armada, aunque afirma que “es un calor muy agradable, pero no tanto como el que daba aquella cocina de hierro que ya no usamos pero que conservamos como una reliquia y que daba tanto calor que calentaba toda la casa”.
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