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La actividad se reduce al mantenimiento de las instalaciones.
Trenes de mercancías marcados con grafitis, reflejo del abandono.

El eco de las estaciones ferroviarias salmantinas que han perdido todas sus conexiones

La estación de Fuentes de Oñoro fue testigo del último trayecto con pasajeros justo antes de la pandemia, pero en los andenes no esperan viajeros para coger el tren desde los años 80

Martes, 29 de marzo 2022, 20:11

El ritmo de vida junto al discurrir de las vías ferroviarias rompe con el fluir de vecinos de La Raya salmantina en el lado más moderno y fructífero de Fuentes de Oñoro. La estación de tren que hace décadas conectaba a españoles, portugueses y franceses, abriendo un mundo de oportunidades y descubrimiento, es ahora una estampa impregnada de un inquietante sosiego, de melancolía, y de aquella inefable belleza que solo acompaña a las insfraestructuras abandonadas, en la que el bullicio ha dado lugar a una eterna pausa, palpable incluso en el reloj del andén, cuyas agujas también han congelado el tiempo.

Desde que un tren de viajeros de la línea Madrid-Lisboa pasara fugazmente por estas vías en 2020, los habitantes no han vuelto a ver más actividad que la de los trenes de mercancías que van y vienen sin detenerse, solitarios e indiferentes plagados de graffitis que a nadie molestan, dada la naturaleza de su viaje.

“En la pandemia pasó el último por las obras; no sabemos si lo reactivarán”, comentan dos amigas oñorenses, que recuerdan los tiempos en los que desde esta estación podían ir a Portugal, y llegar incluso a París, una de las capitales europeas más deseadas. Esa magia se apagó hace tiempo, y Natalia Rodríguez, portuguesa casada con español y afincada en la localidad salmantina, lo recuerda bien, porque trabajaba en Renfe en aquellos tiempos. Su amiga, Asunción Sánchez, anhela la actividad de entonces. “Todo ha pegado bajón, los comercios también. Ahora estamos aislados, por eso esto es la España Vaciada”, lamenta.

También Leticia Cunha, empleada transfronteriza, recuerda que de pequeña viajaba con sus tías cada año en tren para ir a Francia, una afición que, con la muerte de esta línea, se ha ido desvaneciendo. “Ahora voy menos, voy en avión o en coche; antes iba cada año a pasar quince días”, explica. La estación, que ya apenas alberga vida, permanece impávida.

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