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Dónde encontrar las tortugas más grandes de Salamanca

Dónde encontrar las tortugas más grandes de Salamanca

De una roca de más de mil kilos sacó Marcos Rodríguez una tortuga de más de dos metros, le acompañan sus crías: Un encanto más de la Ruta de los Prodigios que serpentea entre Miranda y Villanueva

Jueves, 22 de julio 2021, 11:43

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La tortuga y la liebre protagonizan una de las más famosas fábulas de Esopo, en la que el autor apela a la paciencia del reptil para ganarle al veloz mamífero. Los romanos nombraron tortuga a una formación defensiva imitando su caparazón. En esta formación, los escudos cubrían por encima de los soldados. La cultura popular relaciona a las tortugas con la tolerancia, la paciencia y la sabiduría. Por su larga vida, sus lentos movimientos y su arrugada apariencia. Son un emblema de la longevidad y la serenidad en muchas culturas del mundo. Las inmensas tortugas del Camino de los Prodigios, que toman su protagonismo en el recorrido que discurre por las faldas de las montañas en las que se asientan las localidades serranas de Miranda del Castañar y Villanueva del Conde, invitan a un descanso de los senderistas. Si miras de frente a la cabeza de estos reptiles, la vista se pierde en la inmensidad de la gran elevación que corona el pueblo de Miranda. Parecen venir con el paso pausado, lento, tranquilo, por el sendero que de allí viene y que allí lleva. La paz se apodera del entorno y ayuda a multiplicar el descanso. Es un remanso de paz. La lánguida mirada de la madre ofrece la ternura de quien guía a sus crías por el buen camino. Todas al mismo son. El ímpetu a las pequeñas le sirve para romper y salir del cascarón. Tienen toda la vida por delante.

Son cuatro pequeñas tortugas las que acompañan a la madre, la quinta piedra se quedó en un huevo. El protagonismo lo acapara la inmensidad de la madre. Todas son obras de Marcos Rodríguez, un artista de Villanueva del Conde. Allí tiene su taller, allí se llevó las piedras del entorno y de las que salieron las tortugas que se quedaron ya para los restos como una obra más de la naturaleza, la flora y la fauna que inunda la zona. Su obra aporta al camino los recuerdos de su niñez, el asombro que le causó ver las tortugas cuando era pequeño y que ahora les ha dado vida eterna.

En pleno esplendor

Hace más de una década le encargaron una obra para el Camino de los Prodigios. Él pensó en una tortuga que luego acompañó de sus crías para crear en conjunto. Ahora, diez años después, Marcos Rodríguez reconoce que es cuando la obra de sus tortugas ha alcanzado su máxima expresión: “El tiempo es lo que le da vida al arte”, puntualiza el artista, en relación al color que cogen y a los líquenes que le salen y las rodean: “Me sorprendió verlas tan bonitas”, afirma después de visitarlas hace poco más de un mes. Un cartelón en las inmediaciones del conjunto escultórico hace referencia a las consideraciones del artista y pide respeto al turista y al senderista atrevido: “Si pone sus pies encima de las piedras deteriorará el liquen y la obra”, advierte, para matizar a continuación: “Procuren que todo esto quede en condiciones de disfrute para el caminante de mañana”. “Ahora están preciosas. La erosión, el tiempo, el musgo que las rodea y a las adorna... Ya están integradas y forman parte de la naturaleza”. Junto a la media docena de tortugas, hicieron una mesa muy básica con tres piedras. Un descanso para el caminante y una “butaca” con unas vistas que invitan al disfrute.

Marcos Rodríguez explica que, en su día, le encargaron una tortuga de cuatro o cinco palmos. Pero todo fue creciendo en el proceso de su creación: “Si hubiera sido así, y la hubiéramos puesto en el suelo como querían nos hubiéramos quedado sin ella en tres o cuatro años. Esta durará para siempre”. Al final, quedó una obra de casi dos metros de largo y uno y medio de ancho. Y, a partir de ahí, explica el nacimiento de la obra y su curiosa historia: “Hacía tiempo que yo tenía un contacto en una piedra que siempre me había llamado la atención. Cada vez que pasaba de San Martín del Castañar a La Alberca la veía de una forma especial. Cuando surgió el tema este, el primer día que pasé por ahí me dije, ¡Hombre, si estás ahí! Es como si me estuviera esperando...”. La inmensa piedra de la que habla podría tener 1.000 kilos. De allí salió la tortuga grande. Una vez hecha, consideró que no podía dejarla sola e ideó hacerle un homenaje a la familia. Y salieron las cuatro crías restantes y el huevo que pone la guinda a todo el conjunto. “Vi esa necesidad, me daba cosa dejarla sola en el campo”, matiza el artista. Todas, la media docena de piedras transformadas son del propio entorno, de la naturaleza, principalmente, de la Sierra de Francia, de algunos de los ríos que por ella transitan: “Se me ocurrió coger piedras del rio Francia, otra del regato que baja de San Miguel de Valero a Valero; y, luego, hay dos de Ríomalo. Mi intención era meter en esta obra los ríos de la zona”, explica Marcos Rodríguez. No quedó ahí, además creó una plataforma para situarlas, una gran piedra de San Martín del Castañar, donde les dio acomodo para siempre: “Ahí ya se quedarán de por vida”. “La idea siempre es respetar el medio. Cuando hago una escultura y la hago con materiales del propio medio. Transformo un elemento natural con algo que forma parte del campo. De esta forma no se altera la naturaleza sino que se transforma con sus propios elementos”.

¿Por qué unas tortugas? Le cuestiono. Y el propio Marcos Rodríguez relata la génesis de una de sus obras de referencia: “Cuando me propusieron hacer la obra, no se porqué salió esta historia. De pequeño, un día sentado en el arroyo, comiendo un bocadillo en un prado que tenía mi padre con ovejas, de repente vi que se movía un grupo de hojas, de dos o tres cuartas; y no sabía qué podía salir de ahí. Fíjate lo sencillo que sería que lo recuerdo como uno de los momentos más bonitos de mi vida. De repente empezaron a salir las tortuguitas, muy pequeñas, serían ocho o diez... Y se fueron nadando al arroyo. Y haciendo ese comentario surgió la posibilidad de hacer una tortuga. Y de la grande, salieron las pequeñas”.

De aquellos ‘diálogos’ que mantenía Marcos Rodríguez con esa piedra que vio entre San Martín y La Alberca surgieron las tortugas de los prodigios: “Cuando me acerqué a la piedra con la idea de la tortuga, vi que la piedra era vieja y quería hacer una tortuga adulta. Esa es la sensación que quise transmitir. Es una tortuga como si fuera petrificada, de hace cientos o miles de años. Las piedras del río eran redondas, y traté, en distintas posiciones, hacer como si las pequeñas estuvieran saliendo del huevo”. Y así lo consiguió. Y así quedaron inmortalizadas, en distintas posturas. La tarea fue muy laboriosa, el propio artista no repara en las horas que le dedicó a su obra. El tiempo no es lo importante, asevera, sino las sensaciones y las satisfacciones que te deja, comenta. Reconoce que le dedicó mucho tiempo, muchas horas de trabajo: “Trabajar una piedra no es lo mismo que colocar algo por ahí y dejarlo para que lo vea la gente”, puntualiza.

Además de las tortugas, en el Camino de los Prodigios, Marcos Rodríguez también tiene labrados en piedra los peces que están en el estanque que da la bienvenida a los senderistas de la misma ruta en Villanueva del Conde. Aunque el propósito inicial era colocarlos en una de las paredes del pueblo, fue el propio artista quien propuso colocarlas en el sitio en el que se encuentran. Una poza restaurada que previamente era un lavadero: “Los peces tienen que estar en el agua”, apunta con la razón de la sencillez ¿Dónde van a estar? Para crear los peces trajo una piedra del río Ríomalo, otra del Alagón y una más del Francia. Arte y naturaleza para decorar el entorno con sus propios elementos. “Las piedras de los peces están talladas y dejadas por la parte de atrás vírgenes, para que se vea cómo son y de dónde han salido”. En Mogarraz, en una fachada de la plaza de la Fuente, tiene una gran pájara de piedra, de casi tres metros, que dice llegó antes de todos los retratos de Florencio Maíllo. También allí hay un gran tamboril que en su día hizo para homenajear a todos los tamborileros de la Sierra: “Ha sido el instrumento que siempre ha acompañado los momentos de fiesta de todos los serranos. Si suena el tamboril es porque el serrano está festejando algo, bautizos, comuniones, bodas... Cuando suena es que hay una fiesta”. Está en frente del Ayuntamiento de Mogarraz.

Marcos Rodríguez, a sus 64 años, se define autodidacta, y reconoce que desde niño tuvo la curiosidad del arte. “Cada uno nacemos con algo que es más don que otra cosa”, apunta antes de reconocer que está muy agradecido de poder hacer lo que le gusta: “En cada obra no pienso en el tiempo que me va a llevar a hacerla, ni en el dinero que invierto. Lo que va después de todo el proceso creativo puede o no puede venir. El disfrute es la mayor recompensa al trabajo y a la inspiración”. Afirma que, salvo alguna obra puntual, se estrenó con la piedra con estos encargos del Camino de los Prodigios. Antes se afanó más con la madera y la pintura. Una cosa le sirvió y le llevó a la otra. “Si te dejas llevar por el que tienes detrás siempre llegará el éxito”, puntualiza en referencia a un ser imaginario que dice tenemos todos y es el que nos guía. Hay que hacerle caso. Cosa de artistas. El arte en plena naturaleza. Cuestión de prodigios.

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