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Miguel Francisco Miguel, Felipe Méndez y Simón Miguel. S. Dorado

Una aventura épica a la Peña de Francia con burros para reencarnar a tres hermanos soldados

Miguel, Felipe y Simón emprenden un duro y frugal viaje de cuatro días a pie con burros, desde Lumbrales hasta la Peña de Francia

S. Dorado

Lumbrales

Martes, 9 de abril 2024, 06:15

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Una celebración de la vida es en lo que Simón Miguel, padre, Miguel Francisco Miguel Rodríguez, hijo, y Felipe Méndez, amigo de ambos, se han inspirado para emprender un curioso viaje que parece sacado de una aventura épica: recorrer junto a tres burras los 98 kilómetros que separan Lumbrales, su pueblo de origen, del santuario de la Peña de Francia.

«El abuelo de un amigo mío fue a la guerra con sus dos hermanos, y al regresar sanos y salvos los tres, su padre les envió a hacer este trayecto con burros, para celebrar el regreso», explica Miguel Francisco. Pero no es la primera vez que se embarca en este viaje: «Lo intentamos mi padre y yo hace dos años, pero nos cogió la lluvia y no pudimos llegar, nos quedamos en El Maíllo». Esperan tener más suerte esta vez, viajando, además, tres personas, representando así fielmente la cruzada de los tres hermanos soldados.

La lluvia también se lo puso difícil a estos viajeros cuando este lunes por la mañana emprendieron la marcha caminando junto a las burras, las tres propiedad de padre e hijo. Aunque ninguno se dedica al campo, siempre les ha gustado este mundo y han tenido burros. En el camino, Miguel charla con Felipe de temas como la trashumancia, y con su padre estrecha lazos. «Esto me sirve para pasar con él todo el tiempo que nos quede juntos», confiesa, a pesar de que su padre, octogenario, se enfrenta al reto con una fuerza arrolladora.

La primera parada fue en Bañobárez, para comer, y después proseguir hasta caer la noche y pernoctar en una finca, en El Corcho. Este martes llegarán a Diosleguarde, donde el Ayuntamiento les recibirá con los brazos abiertos para mostrar todo su apoyo. La llegada será el jueves, después de cuatro días de un viaje que, además de físico, es transformador.

La misa en la Peña de Francia será el colofón para esta experiencia en cierto sentido espiritual. Los protagonistas llevan en las alforjas todo lo necesario para un trayecto de lo más humilde: comida enlatada, pienso para los animales y agua, fundamentalmente.

«Mi intención es, si sale bien, hacerlo todos los años», señala el hijo de Simón, un funcionario en plena armonía con el mundo rural, aunque nunca haya sido su oficio. Aunque sus nobles corceles no tienen nombres oficiales, acostumbran a llamar a una de ellas Cuca, y a otra Pelusa. «La otra tan solo la tenemos desde hace dos meses, aún no tiene apodo», indica el viajero. Ante las inclemencias que el tiempo pueda traer, surge el coraje y el ansia de redención por el primer intento fallido.

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