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MÁS allá de la decadencia general de nuestra sociedad, retransmitida en directo las 24 horas para alborozo y entretenimiento del público, lo que más me indigna es la manipulación carroñera que desde el poder político se viene haciendo de nuestra Historia, de nuestra educación, de nuestros valores, de nuestra nación, de nuestra religión —aún mayoritaria a pesar de la Iglesia—, y hasta de hechos que todavía están en la memoria, en la retina, en la rabia de todos, como es el terror de ETA.

Quienes en los últimos años han asaltado el Poder se han dedicado con vileza a cambiar nuestra realidad. Gravísimo: los terroristas y los nazis no solo están en el Gobierno —fuera eufemismos, sostener es gobernar— sino que están siendo aceptados y comprendidos, no digamos por una juventud a la que se le ha negado el acceso a la información, a los datos.

Estos sinvergüenzas a los que votan y votamos no solo han secuestrado la democracia y pisoteado la Constitución, han quebrado también la verdadera línea de la Historia para acomodarla a su perverso relato: el totalitarismo y la muerte. Nada es lo que fue, ni la Guerra Civil, ni el franquismo, ni la Transición. Nada, toda ha sido pasado por el tamiz de la manipulación, la corrupción y el blanqueamiento obsceno.

El último ejercicio de descarado blanqueamiento lo vimos el pasado sábado en la revista “Yo Dona”, con un ejemplar entregado con embeleso a la comunista-populista Yolanda Díaz, vicepresidenta (¡vicepresidenta!) del Gobierno (¡Gobierno!) y ministra (¡ministra!) de Trabajo (¡de Trabajo!). Con unas fotos impúdicas para una comunista que flirtea como nadie con los placeres más pijos de la vida y calzada con los “stilettos” de más de 10 centímetros, Yolanda Díaz era mostrada cual Rita Hayworth quitándose el guante en “Gilda”. O cual Jessica Rabbit. Así estamos, tanto feminismo para esto, para seguir levantando pasiones. El viejo juego de siempre, como Fernando Simón en el dominical “El País” con su moto y su cazadora de cuero. Ellos y ellas. Azul y rosita. No: mejor cuero negro y labios rojos.

Y ahí estaba la ministra, hablando de sus zapatos y de su papá antifranquista. Todos eran (¡y son!) antifranquistas en este país de desastre y olvido. Lo único cierto, la Historia pura y dura, es que Franco murió en la cama. Pero como a Yolanda Bomb, también blanqueamos al dictador y decimos que lo derrocamos a pedradas.

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