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No existe la menor duda de que el virus chino viajó hacia el resto del mundo (sobre todo hacia Occidente) en avión. Nadie podrá entender que en los aeropuertos, donde te llegan a desnudar por si llevas un cortaúñas en el bolsillo, ni se enteraron de que por aquellas puertas hipervigiladas pasaron viajeros llenos de virus sin que nadie les midiera su infección (¡ay, esos malditos test, que nunca llegaron!) y ni siquiera se les tomara la temperatura.

Cualesquiera que fueran las decisiones que se adoptaron después de la explosión infecciosa, la extensión de la pandemia demuestra una altísima correlación entre la difusión del virus y la movilidad. Primero dentro de China y fuera de China después. De suerte que donde más movilidad hay más alta ha sido la infección, y es que Asia, y China en particular, tienen múltiples relaciones con otros continentes. El hecho de que el norte de Italia fuera la primera región europea en verse afectada se debe a la gran movilidad entre Milán y China. Por eso el sur de Italia, mucho más alejado de la globalización, se ha encontrado más protegido ante la invasión de la pandemia.

A pesar de todo, los “coronamigrantes”, término que proponemos para designar a los migrantes internacionales en la etapa del Covid-19, han sido menos numerosos que los migrantes del período anterior (año 2019). Uno puede incluso preguntarse si el número de migrantes en el mundo disminuirá o quizá crecerá dada la repatriación que la pandemia está provocando en todos los países de emigración.

Como se pregunta el profesor de la Sorbona Gérard-François Dumont, “un mundo de nómadas dentro de una humanidad cuyo progreso se identifica exclusivamente con una movilidad cada vez más intensa, ¿será capaz de ponerse en tela de juicio?”.

Lo diré con otras palabras: o paramos de movernos o nos veremos golpeados por pandemias “sin medida ni clemencia”.

En cualquier caso, no sería una mala noticia la caída en picado de los viajes en avión, si, además, se tiene en cuenta la contaminación atmosférica que producen los aviones y de la cual casi nadie se atreve a hablar. ¿Por qué? Pienso que ese silencio sobre la contaminación aérea es interesado y se debe a que la juventud occidental actual considera una frustración inadmisible no haber visitado, antes de los 23 años, Tailandia, Vietnam o las playas del Caribe. Para lo cual viajan metidos como sardinas en lata en esos aviones de bajo coste para el viajero y de enorme coste para la Humanidad.

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