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Será el próximo jueves, 23 de marzo, en el Paraninfo. Las Fuerzas Armadas y las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado recibirán la medalla de la Universidad de Salamanca, máxima distinción de la institución académica, como reconocimiento a una labor extraordinaria y callada que, tantas veces desde la propia sociedad civil, no solo no se agradece, sino que se advierte con displicencia, reproche o abucheo.

El Estudio salmantino, presidido por su rector, Ricardo Rivero, no ha podido señalar mejor momento. Justamente cuando los medios y las estadísticas oficiales (aunque estas siempre, en tales casos y por interés político, tiren a la baja) ya hacía tiempo que venían avisando de las peligrosísimas cifras que estaba alcanzando la criminalidad social en las ciudades.

El incremento del porcentaje de los casos es mejor no escribirlo porque quemaría el papel. Pero lo que está claro es que, del encierro pandémico, la gente ha vuelto a la calle con más ganas que nunca de hacer el cafre, además de darle patadas a todo lo que se le pone por delante.

No conviene generalizar. Porque como sucede en todos los gremios, los malos serán solo unos pocos, aunque los suficientes para hacer mucho daño y meter mucho ruido. De ahí que esta medalla tenga un especial significado en los tiempos que corren. Al fin y al cabo, en las Fuerzas Armadas y en las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad están las garantías de nuestros derechos y libertades, y la protección de nuestra seguridad.

«Una sociedad democrática necesita de ellos y su labor en tiempos tan difíciles ha sido y sigue siendo esencial», dijo el rector para argumentar su propuesta ante el Consejo de Gobierno.

Suscribo cada una de sus palabras. Es cierto que Salamanca es una ciudad más o menos segura, pero no puede bajarse la guardia. Porque cuando una sociedad ha perdido sus mejores valores y firmes referencias, los cabezas se perturban y se multiplican por doquier las fieras. Lamentablemente, la desintegración social es una alfombra roja para los del hampa. Saltarse el orden y la ley a la torera es su habitual forma de hacer.

Y sería imperdonable culpar a alguien en concreto. Aunque quepa decir que los tumbos que han ido pegando las sucesivas leyes de Educación, sumados a los tantos disparates políticos que han ido mermando (o anulando, en muchos casos) la autoridad de las familias, hayan servido de caldo de cultivo para estos rebeldes sin causa.

Menos mal que los tenemos a ellos: a los de Matacán, a los Ingenieros, a la Guardia Civil -¡Viva!, que se note que soy nieta del Cuerpo-, a la Policía Nacional y Local. ¡Vítor y gracias!

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