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Para mí hoy comienza la Semana Santa. Es Viernes de Dolores y entramos de lleno en las celebraciones de estos días que en mis recuerdos llegaban hasta el Lunes de Pascua, con el baile de la rosquilla. Comienzo por el final. Antaño, ese lunes, segundo día de la Pascua de Resurrección, era festivo en mi pueblo, pero solo por la tarde.

Tocaba el Baile de la Rosquilla. Los quintos contrataban música y a eso de la una comenzaban a recorrer todas las casas en las que había mujeres solteras, independientemente de su edad; paraban en cada una de ellas, echaban un primer baile a la puerta, entraban en los aposentos donde eran agasajados, en principio con vino y una rosquilla, dulce típico de las fechas, aunque poco a poco el menú se ampliaba e incluía productos de la matanza, queso y otras viandas; al terminar, se bailaba otra “pieza” y así hasta la casa siguiente. La cosa se prolongaba hasta entrada la tarde noche, cuando continuaba el baile en el salón, con los quintos en un estado bastante lamentable, suponiendo que alguno se mantuviese en pie todavía.

Esta era la “guinda” de la Semana Santa, que había arrancado tal día como hoy, Viernes de Dolores, con la primera procesión, que había estado precedida en las semanas anteriores por la llegada del “predicador cuaresmal” que venía en apoyo del párroco para contar lo que significaba ese periodo litúrgico. El Viernes de Dolores tocaba abstinencia y potaje de vigila y, para los más píos, creyentes y, sobre todo, ascetas, también era día de ayuno.

De ahí, al Domingo de Ramos, con la bendición de los ramos de laurel que se recogían a la entrada de la iglesia y la correspondiente procesión. Al acabar, las hojas de laurel se colgaban en el “sobrado” a la espera de terminar en los guisos de todo el año para aromatizarlos y dar sabor. Ese día era obligado estrenar alguna prenda de vestir.

Lunes, martes y miércoles eran de transición hasta la llegada del Jueves Santo, jornada en la que la Iglesia Católica celebra el día del amor fraterno. Los bares echaban el cierre hasta el Domingo de Resurrección, con vigilancia de la estricta observancia de esta medida a cargo de la Guardia Civil. A media tarde dejaban de sonar las campanas y se convocaba a los fieles a los actos litúrgicos por medio de las carracas, que los monaguillos hacían sonar por calles y plazas. Por la noche llegaba la “hora santa”, acto grande en la que los predicadores cuaresmales exhibían sus dotes oratorias. Al día siguiente, el Viernes Santo, tocaba madrugar por aquello del Viacrucis y había que ayunar y también abstenerse de comer carne. Por la noche llegaba “la limonada”. Pero eso queda para la próxima columna. Como se ve, en la Semana Santa, comida y bebida iban muy unidas. Benditas tradiciones y recuerdos. ¡Ah, creo que Pedro Sánchez está por Pekín a ver si engaña a los chinos como “idem”!

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