Viernes de Dolores a la luna llena
Hoy es el “Viernes de Dolores”. Antiguamente en muchos lugares se consideraba que era la puerta de la Semana Santa. Jornada de abstinencia, con el ... potaje con garbanzos como plato estrella. Este año 2021 el “Viernes de Dolores” tiene un significado especial. No estamos sometidos, como en 2020, a un confinamiento estricto, pero tampoco es, ni mucho menos, como el de 2019, que podríamos llamar normal. Es verdaderamente un “Viernes de Dolores”, porque es mucho el dolor de estos últimos trece meses, periodo en el que ha muerto un gran número de personas, que, desgraciadamente, se han convertido en eso, en un número, y de las que cada vez nos acordarnos menos; es como si los principales afectados por esta tragedia del coronavirus, que son los fallecidos y sus familiares, hubiesen pasado a un segundo plano. Es un “Viernes de Dolores” para todos aquellos que han sufrido la enfermedad y que todavía arrastran secuelas más o menos graves. Es también un “Viernes de Dolores” para todos los que se han visto afectados por la pandemia, bien por un exceso de trabajo y aumento del riesgo, con los sanitarios en primera línea de batalla, o bien por justamente lo contrario, porque han perdido su puesto de trabajo, como consecuencia de la crisis económica. Y es, finalmente, un “Viernes de Dolores” para todos, porque ya nuestra vida no es igual que hace trece meses, antes de que estallase con toda su crudeza la pandemia.
Pero “esto” sigue. Tras el “Viernes de Dolores” llega el sábado, que, por cierto, coincide este año con el día internacional del queso, y, después, la luna llena, la primera de la primavera, y el Domingo de Ramos, en el que, antiguamente, cosas de la edad, había que estrenar algo. Recuerdo que era uno de los días más importantes del año. De niño nos poníamos “majos”, con alguna prenda de estreno para ir a la Santa Misa y a la procesión. A la puerta de la Iglesia el sacerdote nos entregaba ramos de laurel, que luego eran bendecidos y que se guardaban en las casas como oro en paño y con un doble motivo: uno, espiritual, invocando la protección divina y, el otro, más prosaico a la vez que importante, porque las hojas de laurel se iban arrancando y se utilizaban para condimentar los guisos y comidas, comenzando por el potaje del Viernes Santo.
Tras los días de la Semana Santa y del recogimiento correspondiente, con los bares cerrados desde el miércoles hasta el domingo, llegaba la Pascua de Resurrección y, después, “el Baile de la Rosquilla” de los quintos. Pues eso, que a ver si llega la resurrección a nuestras vidas individuales y a la colectiva y esperemos que pase la pandemia lo antes posible.
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