Unamuno y su chibichanga
Días atrás estaba paseando por una de las casi infinitas y solitarias, en estos momentos, playas de Fuerteventura, cuando vi acercarse poco a poco a ... una pareja. Caminaban desnudos. Hice como que no miraba, pero terminé mirando, aunque distraídamente. Ella de muy buen ver y él con un poco de barriga y su chibichanga al aire y colgando. Fue tan solo un instante, porque rápidamente me acordé de Unamuno, seguro que el primer nudista ilustre, que estuvo desterrado en esa isla. Se cuenta que, a poco de llegar, con ese carácter que le caracterizaba, decidió tomar el sol completamente desnudo en la azotea del Hostal Fuerteventura de Puerto Cabras, donde se alojaba. Los vecinos se quejaron y su posadero, Francisco Medina, tuvo que comunicar al desterrado, con mucho cuidado, eso sí, esas protestas, a lo que el escritor e intelectual contestó rotundo: “Yo no los miro. Que no me miren ellos a mí”. Y se quedó tan Unamuno.
Cuando voy a Salamanca, si no paso por la Plaza Mayor es como si no hubiese estado. Y cuando viajo a Fuerteventura, si no acudo al Museo dedicado a Miguel de Unamuno es como si me faltase algo. Vamos, que es una cita obligada en mis visitas a esta isla, que descubrí en gran parte gracias a este salmantino, aunque no lo fuese de nacimiento, ilustre. Don Miguel estuvo desterrado entre los majoreros durante casi cuatro meses en la dictadura de Primo de Rivera. Llegó a finales del invierno de 1924 y se marchó a principios de julio camino de París. El que fuera rector de la Universidad de Salamanca situó a Fuerteventura en el mapa de la intelectualidad, de los escritores y también de los viajeros. Al final, el destierro fue un auténtico regalo para él y también para los majoreros. Expertos de Canarias como el catedrático Marcial Morera consideran que se puede hablar de una Fuerteventura antes de la llegada de Unamuno y otra después de él.
En resumidas cuentas, que a través de don Miguel hay un pedazo de Salamanca en la isla. Además de visitar su casa museo, que está donde se encontraba el Hostal Fuerteventura, cuenta también con una estatua. Fue el primero que la llamó “guapa” y acuño el término de “fuerteventuroso”. Austero en la comida, se adaptó a la dieta isleña, al gofio, el queso y las cabrillas. Hay también una ruta que recuerda los viajes que realizó por su territorio. Porque, culo inquieto donde los había y, eso sí, con la chibichanga a resguardo, se recorrió la isla de norte a sur (más de cien kilómetros) y de este a oeste. Unamuno llegó a Fuerteventura desterrado y, según reconoció él mismo, la isla cambió su vida, aunque no su carácter, por lo menos del todo.
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