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El jueves 26 de junio de 1952 en la plaza de toros de Las Ventas madrileña se celebra una corrida de Pío Tabernero de Vilvis, de Salamanca, para los diestros Miguel Ortas, Mariano Martín Aguilera “Carriles” y Rafael Sánchez Saco, que hace su presentación en Madrid. Durante la lidia del sexto toro, una joven que ha acudido a su localidad en la barrera del tendido 5, vestida con blusa blanca y unos pantalones negros remangados bajo falda abierta, también negra, se quita ésta, para que le sirva de capote, se baja las perneras y salta al callejón y cuando se dispone a saltar la barrera, con ciertas dificultades, es detenida por la fuerza pública. Cuando la llevan conducida a Comisaría es vista por su hermano Juan, de 21 años, novillero que viene actuando en corridas sin picadores, que se acerca y facilita su identificación.

Se trata de María del Carmen Marcos García, de 23 años, que vive accidentalmente en Madrid, en la calle del Ave María 22, en casa del hermano de su madre, Ignacio García Rodríguez, ordenanza del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, para asistir a unos cursillos de capacitación en la Nacional de Sindicatos pues trabajaba de taqui-mecanógrafa en la delegación provincial de Salamanca. Vivía en la calle de Meléndez, en la acera de la izquierda, donde se confunde ya con la de la Compañía, junto a sus padres y hermanos, al lado de la tienda de electricidad de “Roque”, hermano de Marcelino Martín Andrés, dueño del “café Regio” en la Plaza Mayor. Su padre estaba empleado en RENFE y sus hermanos eran el ya citado Juan, Adolfo el mayor y Jesús de 18 años. Frecuenté su casa, dada mi amistad con Adolfo, compañero de clase en los Salesianos de san Benito, al igual que sus hermanos y jamás sospeché tan acendrada afición por parte de Mari Carmen.

En una entrevista que le hacen se dice de ella que es una chica agraciada, simpática, pequeña y delgada, con una voz y una mirada muy dulces. Cuando le preguntan qué le impulsó a tirarse al ruedo, dice que su enorme afición. Y a la pregunta de si está arrepentida, baja los ojos y no contesta, como si le fastidiara hablar del asunto. Cuando se le pregunta el porqué de lanzarse en el sexto toro responde que no podía resistir más (si hubiera podido hacerlo se hubiera terminado la corrida) y porque le había gustado el comportamiento en el tercio de varas. Estas excusas no sirven cuando conocemos empíricamente que todos los espontáneos esperan a ver la corrida tranquilamente y se lanzan al ruedo en el quinto o en el sexto toro.

Su visión del sexto toro no coincide con la crítica que afirma que el primero y el cuarto fueron pasables pero el resto fueron pollinos con cuernos, mansos y cobardes.

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