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Está por ver que Pedro Sánchez consiga los votos o la abstención de los separatistas catalanes para su investidura. Pero imaginemos que previa firma de sendos acuerdos con Podemos y con ERC lo consigue. Una vez investido, ya habrá conseguido el único objetivo que de verdad le interesa, a saber: amortizar el colchón que se trajo a su cama de La Moncloa cuando llegó al palacete. Los demás objetivos son para él menores o despreciables.

Al día siguiente (o pocos meses después) de ser investido puede -una vez más- dar media vuelta (un giro de 180 grados, dirían los “ilustrados”) y hacer dos cosas: 1) nombrar un Gobierno de fieles sin podemitas dentro y luego renegar del acuerdo anticonstitucional que vaya a firmar con ERC y 2) llamar por teléfono a Casado para ofrecerle “una solución patriótica”.

¿Qué solución? Pues esa que andan pidiendo por tierra, mar y aire muchos españoles tan moderados como razonables. Un Gobierno de coalición o, mejor, un programa de Gobierno capaz de, primero, poner orden en Cataluña, incluyendo la eliminación política de Iceta. Además, un acuerdo presupuestario, un renacimiento del pacto de Toledo para conseguir la viabilidad de las pensiones y otras cuestiones de Estado entre las cuales bien se podría incluir una reforma pactada de la Constitución que, entre otras cosas, modificara la ley electoral para que al Congreso no llegara ningún partido con votaciones a nivel nacional por debajo de un porcentaje a determinar, tal como existe, por ejemplo, en Alemania.

Se me dirá que estoy soñando y es posible que quien así lo piense acabe por tener razón, pero la hipótesis aquí expuesta es, sin duda, posible, y además de posible es la que aplaudiría la inmensa mayoría de los votantes españoles, incluidos los catalanes. También los votantes del PSOE, entre los cuales, estoy seguro, hay una mayoría de personas sensatas que se parecen muy poco a sus afiliados, convertidos últimamente en un amasijo de sectarios que ve con buenos ojos a Podemos y a otros grupos que reniegan de la Transición y del mejor fruto de ella: la Constitución de 1978.

“Pero es que Sánchez no es una persona sensata” se me podrá decir, y quien lo diga puede tener razón, pero lo que nadie me negará es que Pedro Sánchez es un oportunista (“versátil”, dirán algunos de sus amigos) y esta que aquí he descrito es una oportunidad. ¿Por qué no aprovecharla? Además, obtendría el visto bueno de una enorme y mayoritaria cantidad de españoles que hoy le temen más que a un nublao.

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