Se necesitan acuerdos
Sábado, 30 de marzo 2019, 04:00
Pasado mañana se cumplen ochenta años del parte famoso firmado por Franco, sí, el de “cautivo y desarmado el Ejército Rojo”, que ponía oficialmente fin ... a nuestra incivil guerra. No fue “mi guerra”. Nací acabada, en 1940, porque mis padres se habían casado en plena contienda, una vez mi madre (santanderina) fue “liberada” por los “nacionales”. Pero oficiosamente, hay quienes siguen en la discordia. No solamente los hijos y nietos de algunos “vencidos”, por más que en una contienda fratricida pierden todos. El más significado Zapatero, esgrimiendo la muerte de su abuelo para justificar emocionalmente una Ley de Memoria Histórica, un oximorón, calificada por Stanley Paine de falsedad histórica. Sin desconocer sus aspectos positivos, vino a abrir viejas heridas, recuerdos ingratos y algunas fosas. Pero además sirvió para comenzar el derribo de la Transición y su espíritu de concordia.
Varias generaciones de españoles hemos vivido primero bajo las leyes franquistas, con el temor del famoso “lo dejo todo atado y bien atado”, hasta el desatar de las leyes del “Invicto”, las zapatillas y las muñecas, para convivir en esta España que según Alfonso Guerra, “no la iba a conocer ni la madre que la parió”. Mucho cambio, pero ejemplarmente asumido. Es decir, desde aquel parte de guerra del 39 a la Constitución de 1978. Creímos que solo quedaba reparar justamente la memoria de los que murieron por sus ideales —en ambos bandos—, y tener cuidado con alguna bomba oculta desde la contienda, sin explosionar. Nos equivocamos. Quedan quienes, como los últimos de Filipinas, que sin admitir que la guerra con EEUU había concluido, siguieron peleando; o como aquel soldado japonés que se mantuvo con su fusil en la selva hasta treinta años después de concluir la segunda Guerra Mundial. Aquí los hay que quieren ganar ahora la guerra que perdieron sus abuelos, y la cuentan, escriben o filman de forma abiertamente sectaria.
El día que se aprobó la Constitución, recabé un comentario y la firma de los ponentes, en el texto del Boletín Oficial de las Cortes. Gaby Cisneros puso: “En la serena confianza de que este papel —se refería al boletín con el texto de la Carta Magna—, sirva para exorcizar viejos demonios familiares”. No lo logramos del todo, querido, recordado Gaby. Aun tuviste tiempo, antes de morir —con las huellas del comando etarra de Otegui en tu vientre—, de bautizar la ley de Zapatero como “Ley del rencor histórico”. Quién nos lo iba a decir, tan orgullosos de nuestro sacrificio, de la generosa amnistía, del clima de consenso, del logro de la primera Constitución española para todos. Y aún hay quienes no conocen ni quieren asumir el discurso de Azaña de “Paz, piedad y perdón”, que debería ser de lectura obligatoria en las escuelas. ¿Será verdad que “La paz empieza nunca”?
Creímos que teníamos un Estado fuerte, pero es débil en muchos aspectos y algunos aprovechan para atacarle por todos los frentes: desde el exterior, un periodista alemán haciéndole un tercer grado al ministro de Asuntos Exteriores, hablando de “presos políticos”, derecho de autodeterminación del pueblo catalán...; 41 senadores franceses apoyando a los independentistas; y el presidente de México exigiendo que España pida perdón por unos supuestos excesos durante la conquista. En el interior, los soberanistas vascos y catalanes de consuno, apretando las tuercas, forzando rebeldías, chantajeando al Ejecutivo con unos votos que el día de mañana precisará Pedro Sánchez, pactando silenciosa, arteramente, cosas tan significativas como los permisos penitenciarios a Oriol Pujol, heraldo de los futuros indultos de los políticos presos; y hasta esos mozalbetes —perdón, estudiantes universitarios—, supongo que sin puñetera idea de historia, y desde luego ciscándose en la Constitución, organizando su propio y pintoresco referéndum sobre Monarquía o República, en sede universitaria, aunque con toda razón y firmeza, el Rector no les haya permitido poner las urnas en las facultades del Campus.
Se olvida con frecuencia, y recordar quiero, que no solo se consensuó la Constitución, sino que también se firmaron los llamados “Pactos de la Moncloa”, con el consejo del excepcional economista y patriota Fuentes Quintana, cuando la inflación era de más del 26%, el barril de petróleo estaba en cifra récord, y nos amenazaba una grave depresión. Firmaron todos, comunistas, socialistas, nacionalistas, incluso los sindicatos, aunque a la UGT remoloneó. Hoy no cabe soñar con aquel saneamiento pactado. No es que no se haya alcanzado un elemental consenso económico, es que Sánchez está regando al electorado desde el Consejo de Ministros, con medidas como las de ayer, que comprometen seriamente nuestro futuro económico, la deuda exterior y la prima de riesgo. ¿Pero quién lo frena, quién lo echa?
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