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Sabina y el lugar de la memoria

Jueves, 24 de noviembre 2022, 04:00

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Un hombre flaco aparecía con algunos minutos de retraso delante de un cartel gigantesco con su cara. Silueta inconfundible. Los periodistas aguardábamos en una concurrida sala amueblada de batalla para la ocasión. “Chicos, os dejo con Joaquín”. Tras la presentación más innecesaria de la historia, Sabina empezó a responder preguntas con su voz cascada y sus piernitas de alambre cruzadas sobre un taburete. Arrancaba la gira 2009 en el Multiusos. ¿Por qué? “En Salamanca teníamos un buen recinto en el que además podíamos ensayar antes; luego me enteré de que el primer concierto era el 20 de noviembre y ya no me gustó tanto. Pero he leído que el 20-N también es el día que murió Durruti...”. El hijo del comisario Martínez. El que huyó en sucios trenes que iban hacia el norte. El que cambiaba de nombre en cada aduana. Ni juglar del asfalto, ni rojo de salón. Un cantante que hoy, ay, está a diez milímetros de ser Sabina, ‘el facha’ y que entonces hacía chistes con una fecha que todavía levantaba polvareda.

Pero quizá el tiempo, la pandemia o el Mundial, acaparador imbatible, han hecho que ya el 20-N pase sin pena ni gloria, exceptuando cuatro casos de psiquiátrica nostalgia que ya, en su manifestación exterior, prohíbe la reciente Ley de Memoria Democrática.

También garantiza que el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca tenga una “mención especial” como lugar de Memoria Democrática, con un cometido de “hacer accesibles y difundir adecuadamente los fondos documentales y bibliográficos y el resto de los bienes muebles que posee”, tanto los incautados en su día por los golpistas como los adquiridos posteriormente.

Se entiende que todo articulado en torno al bonito edificio neorrenacentista de los Bandos. Siete años de andadura y siempre pendiente -al igual que el etéreo almacén de Tejares- del empujón definitivo que invariablemente va a ser en los próximos presupuestos pero que nunca acaba de llegar.

Pocas cosas relevantes han ocurrido en el país entre 1936 y la Transición que no tengan algún reflejo en el archivo. Los carnés de prensa de Saint-Exupéry, Robert Capa o Gerda Taro. El del miliciano Miguel Hernández (o el de la CNT de Paco Martínez Soria), la documentación del encargo del Guernica a Picasso. La vil cacería de leales a la República. Las fotos de Centelles, ingentes fondos del exilio, sindicales, del Tribunal de Orden Público... hasta llegar a la peluca de Carrillo o la movida vista por Enrique Cano.

Increíble ver que no se articule un recorrido permanente de visita obligada para cualquier interesado en la tragedia y el paso a la democracia. Le vendría bien a la ciudad y al país, siempre expuesto a intereses mezquinos de polarización. Hasta entonces, cuando nos hablan del destino del Archivo lo normal es, como Sabina, cambiar de conversación.

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