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Quien pudo haber sido mi tío Manuel falleció en 1933 a los doce años de una de esas enfermedades que acabaron con tantos niños de aquella época. Supe que mi abuela Pura, su madre, permaneció encerrada durante meses en su dormitorio llorando su ausencia. Mi abuelo José ahogó su tristeza dedicando poesías al hijo que con tanta crueldad le arrebató la parca.

Pasado tanto tiempo, pocas cosas he podido rescatar de la corta trayectoria de Manolín por este mundo: algunas fotos borrosas, un recordatorio de su primera comunión, unos cuadernos apolillados,... También una inmaculada lápida blanca que guarda sus restos en el cementerio de un pequeño pueblo de la Sierra de Gata. Con todo, el recuerdo más conmovedor lo constituye una colección de dibujos en la que retrató a muchos de los personajes representativos de la política, la cultura y la sociedad de su época; aquellos que protagonizaban las páginas de una prensa que llegaba a casa con varios días de retraso o que antes encarnaron el prólogo de aquellos años.

De los cincuenta y siete retratos que componen la serie, sólo treinta y tres vivían cuando comenzó nuestra última Guerra Civil. Tres de ellos no eran españoles. Sobrecoge conocer el destino de esos otros treinta compatriotas. Durante la contienda, siete murieron fusilados, en presidio o simplemente asesinados por uno u otro bando. Tras ella, dos murieron fusilados o encarcelados, diez murieron en el exilio y otros seis regresaron de ese destierro para morir en España. Uno abandonó el país tras ocupar un Ministerio en el Gobierno de Franco, pero sus diferencias con el Jefe del Estado le llevaron a instalarse en Lisboa y no regresó hasta 1969. Sólo cuatro fallecieron sin que las consecuencias de la Guerra Civil les afectaran demasiado.

De los treinta españoles que dibujó un niño para retratar la sociedad de su época y que conocieron el inicio de nuestra última Guerra Civil, veintiséis fueron víctimas de ella. Ojalá todos los que parecen olvidar nuestra Historia más cercana lo tuvieran presente. No dejemos que ocurra nada parecido. Y si el ambiente o las actitudes se asemejan a las de entonces, aun remotamente, extrememos las cautelas. Sabemos cómo comienzan las cosas, pero no cómo terminan.

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