Resaca electoral
Los españoles sufrimos en los últimos tiempos un estrés electoral al que no estábamos acostumbrados. El predominio del bipartidismo nos situaba ante un dilema relativamente ... simple. La batalla electoral se libraba en esa amplia tierra de nadie que separaba a rosas de gaviotas, y que recorrían los indecisos decantando el resultado en uno u otro sentido.
Pero los últimos tiempos han sido convulsos. Especialmente para la derecha, que tras ser una durante mucho tiempo, ha debido enfrentarse a la evidencia de la diversidad interna. La fragmentación del PP es la crónica de una explosión anunciada. Rajoy administró la herencia recibida, manteniendo bajo unas mismas siglas a liberales, democratacristianos y socialdemócratas light. Y a no pocos nostálgicos. Así navegó con éxito en las procelosas aguas electorales porque todos los votos suman y el señor D’Hondt no fue nunca amigo de las minorías.
Hoy, la situación es muy diferente. De las primarias del pasado año salió un partido fracturado que expulsó a los disidentes. Además, tuvo que convivir con una nueva fuerza política que aspiraba a incrustarse entre la izquierda y la derecha, haciendo bandera de la lucha contra el secesionismo. Con todo, si ha habido algo que ha dañado al PP ha sido su perturbadora relación con la nueva derecha radical. Los caminantes verdes abominan de las Comunidades Autónomas, y quieren facilitar a los españoles de bien la defensa a tiros de los maleantes y construir muros en las fronteras. Su discurso facilón lo decoran con citas a la Reconquista, brindando en honor de imaginarios héroes de los Tercios de Flandes. Temeroso del fracaso, el PP consintió que lo llamaran “derechita cobarde”, fondeando sin rubor en el mar de los toreros para buscar candidatos al Congreso. El resultado ya lo conocemos, y la ley electoral —que a veces beneficia, y otras perjudica— hizo el resto.
Sin tiempo apenas para superar la resaca, se avecina otro proceso electoral. Pero ahora Casado acusa a Abascal de haber cobrado de chiringuitos y mamandurrias, omite saludos en actos públicos y habla sin recato del extremismo. ¿Se habrá resignado a aceptar que la derecha no es una? ¿Estará descubriendo quién es hoy su verdadero enemigo?
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