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Cada año, por casualidad, me entero de la llegada del Día de Castilla León, que se celebra mañana, 23 de abril. Y cada año me congratulo de que esa fecha no me diga nada, como a gran parte de los ciudadanos de nuestra región (y subrayo la palabra región). Ya he escrito en varias ocasiones que me encanta sentirme español dos veces, una por español y otra por castellano, y que no necesito de ninguna autonomía -ahormadas por necesidades del guion- para sentirme de mi tierra, me da igual Salamanca, que Castilla, que España. Soy de aquí me guste o no, que a veces no me gusta nada.
Llegamos al 23 de abril y ya estamos con la estúpida polémica de Villalar, cuando casi nadie conoce la historia de Villalar, ni a los comuneros, ni a Hernán Cortés, ni a Francisco de Vitoria... Pero los catetos de izquierda necesitan darle a la cacerola en su papel de tonto-del-pueblo, y los de derechas porque aspiran a ser de izquierdas, cacerola incluida. Dicen los Vox que Villalar no les representa, y yo les digo que a mí qué me cuentan, que me da igual si son de Villalar o del Betis. Y luego los del PP, empeñados cada año en ponerse el pañuelito morado para hacerse los guays y pisar el barro con la expresión de los niños de Madrid cuando ven una vaca... El resto, en lo de siempre: cacerola, calimocho y Quilapayún, abre-la-muralla-cierra-la-muralla. Por Dios, qué pereza de gente, incapaz de evolucionar.
Llegamos al 23 de abril y el viento sigue corriendo por Castilla (León y Santander incluidas, les pese a los “leonesistas” y al tonto falangista de las anchoas); el viento y poco más, porque Castilla se muere no de hambre, se muere sobre todo de pena. Tanta Historia e invisibles, qué pena, ¡y pensar que fuimos faro de la Civilización! Ayer, sin ir más lejos, me llevaron a un pueblecito de Zamora, Casaseca de Campeán, donde Enrique convirtió el bar del pueblo de su familia en el “Café Quintano”, un pequeño restaurante “analógico” perdido en el tiempo y en el mundo, entre los campos rasgados por un “New Holland” azul y los cielos voluptuosos de nuestra Castilla vacía. Y allí, y pongo a una chuleta de Aliste por testigo, pensaba en nuestra única salida, la única opción de futuro: el trabajo, creer en nosotros mismos y no alentar a nuestros hijos a que se vayan fuera sí o sí. Y el amor a tu tierra, sin folclores autonomistas de tamboril para entretener al personal y alimentar -aún más- sus ignorancias y confusiones. Es lo que nos diferencia de otras regiones, que no necesitamos que nos llamen “comunidad histórica” porque somos la Historia. A ver si lo enseñan en la escuela y de paso un poco de autoestima castellana.
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