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No me interesa más raza que la humana. Sobrado destrozo ya han causado las cuestiones raciales a lo largo de los siglos. Durante excesivo tiempo, la murga etnicista ya ha propiciado todo tipo de fanáticas y genocidas majaderías. Así que esta columna, titulándose Raza Nadal, va por otro lado. De hecho, convendrá recordar a Viktor Frankl (El hombre en busca de sentido), explicando cómo existen dos razas en el mundo, únicamente dos: la raza de las personas “decentes” y la raza de las personas “indecentes”. Ambas, añadió, “se encuentran en todas partes y en todas las capas sociales”.

Es innegable el potencial educativo del deporte. Los acontecimientos deportivos, especialmente en algunas disciplinas, aglutinan a su alrededor enorme seguimiento; y sus protagonistas son contemplados como referentes, como iconos a imitar. Sus palabras y comportamientos inciden en la socialización y en los patrones de conducta de los respectivos públicos.

Por eso creo que es reseñable Nadal. Su asombroso palmarés está muy bien. Pero su deportividad está mejor. Si hubiera sido un impresentable maleducado, esas malas prácticas también muchos las habrían tomado como modelo. Por ejemplo, quizá, Carlos Alcaraz, que en vez de haberse encontrado un estilo a la hora de ganar y de perder, se habría encontrado otro bien distinto. “Carlitos” (como prefiere que le llamen, puesto que “Carlos me recuerda a cuando mis padres me echaban la bronca”) se adentró en el tenis con la imagen de un Federer o un Nadal en su cabeza. A los doce años confesó que su ídolo era el suizo, y años después se decantaría por Nadal. Para aquello a lo que intento aludir, da igual. Tanto Federer como Nadal representan dos elegantes maneras de afrontar la carrera deportiva. Dos trayectorias que siempre han sabido estar a la altura, dentro y fuera de las pistas.

Y ya que arrancábamos con Viktor Frankl. Aquel mítico neurólogo que sobrevivió a Auschwitz y Dachau, en esos campos se había topado con actitudes que merecían su reconocimiento y actitudes que resultaban infames. Esa diferencia no venía establecida en función del rol asignado a cada persona que allí habitaba. Existían vigilantes del campo que, aunque fuera a escondidas, mostraban su amabilidad y compasión; como existían prisioneros que desplegaban toda su vileza con sus propios compañeros. Por eso las personas siempre “deciden” lo que son, “deciden” lo que verdaderamente quieren ser, nos subraya Frankl. El ser humano, añade, “ha inventado las cámaras de gas”, pero también el ser humano “ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración”. Se muestran valores, y se muestra carencia de ellos, en una pista de tenis o en un campo de concentración. En una cancha de tierra batida... o en una tierra de cruel abatimiento.

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