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Eres corrupto?”, pregunta a Juan Carrasco su hija. La evasiva del progenitor posibilita conclusiones, y cuando su hija replica “¿Cuánto de corrupto?”, Carrasco responde con soltura: “Pues ni mucho ni poco. Lo normal”. Este diálogo corresponde a la tercera temporada de la serie `Venga Juan´. En ella, Javier Cámara interpreta a un exalcalde inmerso en las habituales puertas giratorias, al que manejos del pasado le sitúan ante la Justicia. Sus turbias tramas nos hacen recordar múltiples pasajes, nada ficticios, de la política en España; al igual que también nos resulta conocido su afán por presentarse como “preso político”. Esta nomenclatura, tan respetable cuando es empleada con rigor, se vuelve vomitiva si se enarbola de forma tramposa. Catalogarse de manera gratuita como preso político es la socorrida tentación de muchos indecentes personajillos, buscando no ser políticos presos.

La cantidad de corrupción que se detecta no clarifica la corrupción inadvertida. Sucede como con el narcotráfico: los alijos de droga requisados no son toda la mercancía entrante. Por tanto, más que lo cuantitativo (cuánta corrupción aflora), es decisivo lo cualitativo (si funcionan o no los contrapesos democráticos que permiten detectar la corrupción; y qué respuesta institucional, mediática y electoral se le brinda, una vez que ha aflorado). Dado que lo peor no es la corrupción, sino su impunidad, la mayor alarma debiera brotar cuando constatemos:

(1) Impunidad de origen: si en un país han sido erosionados los mecanismos de control y vigilancia (los checks and balances que caracterizan a toda democracia que se precie), habrá un alto porcentaje de corrupción que ni siquiera llega a visualizarse. (2) Impunidad institucional: si en un país la corrupción acaba saliendo gratis en los tribunales debido al menoscabo en la división de Poderes, o acaba saliendo gratis por un torticero uso de la figura del indulto... todo ello volverá a reflejar un mal funcionamiento del Estado de Derecho.

(3) Impunidad mediática: si en un país los medios combaten la corrupción de los ajenos, pero justifican la de los afines (afines desde el punto de vista ideológico y/o lucrativo), evidenciarán que no les importa la corrupción, sino el sesgo y el negocio.

(4) Impunidad en las urnas: si en un país la corrupción es votada y no botada, la sociedad se habrá hecho cómplice de tales prácticas. Individualmente cada cual sabrá qué ha hecho o qué ha dejado de hacer, pero como ciudadanía hay una responsabilidad que nos alcanza.

En la primera parte de esta columna apunté que la corrupción no es solo meter la mano en la caja. Desde el punto de vista democrático, hay más robos, no menos flagrantes y lesivos. Ante los variados desfalcos, pues, no son solo los políticos quienes han de bailarnos lo quitao.

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