Primo Levi en su centenario
Se cumple ahora el centenario del nacimiento de Primo Levi, que murió en Turín a los 67 años. Cayó por el hueco de la escalera ... desde el piso alto en el que vivía (probablemente un suicidio).
Levi había sido detenido por los nazis en Italia e internado en el campo de concentración de Auschwitz. Era químico de formación y tenía una prometedora carrera como científico, pero hoy es conocido por su decisiva obra literaria en torno al Holocausto (Shoah, es el término más preciso).
Según ha escrito la autora española Sara Mesa, Primo Levi escribió “Si esto es un hombre” (1947) a poco de regresar a su hogar en Turín. Aseguraba que su necesidad de dejar testimonio de lo visto y vivido era tal que de haber podido lo habría escrito en el mismo campo de concentración.
Una de sus pesadillas más frecuentes –que según cuenta compartía con otros prisioneros– era que una vez liberado nadie le prestase atención ni le creyera cuando contase lo ocurrido, como si el lenguaje se hubiera vaciado de sentido en Auschwitz.
Con “La tregua” (1963) y “Los hundidos y los salvados” (1986) Levi completaría una trilogía. Si escribió, dijo, fue por la obligación que le creó el Lager; jamás padeció por ello ninguna de las preocupaciones que suelen rodear a los escritores: “no tuve que luchar contra la pereza, los problemas de estilo me parecían ridículos, encontré milagrosamente tiempo para escribir sin jamás robar una hora a mi oficio cotidiano”.
En “Los hundidos y los salvados” recuerda Levi la falsedad del proceso de desnazificación, que calificó de montaje “amateur”. “No hubiese podido ser de otro modo: habría que haber descartado a una generación entera”.
En el interesantísimo ensayo “Calle Este-Oeste” del jurista Philippe Sands que leí hace unos meses, el autor deja muy claro que en Alemania, Austria o Polonia todavía perviven raíces del nazismo, muchas de ellas heredadas de padres a hijos, y cuyo origen está, precisamente, en una desnazificación acelerada provocada por el deseo de olvidar cuanto antes.
Frente a la pretensión de echar tierra encima, la conciencia del peligro latente y, sobre todo, el modo de conjurarlo a través del mantenimiento de una memoria viva, acercó a Levi a otros escritores que produjeron obras sobre los Lager, como es el caso de Robert Antelme en “La especie humana (1947)”. Antelme era entonces el marido de Marguerite Duras, que se vio sola en París sin saber qué había sido de su esposo. Esa angustia quedó recogida en su novela “El dolor”.
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