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Políticos de vacaciones

Martes, 16 de agosto 2022, 05:00

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En vacaciones, por aquello del movimiento que me lleva de unos rincones a otros y de lo lúdico/festivo a lo laboral, acabo recorriéndome España. Y además de constatar que, vaya donde vaya siempre me encuentro a un montón de salmantinos, siempre acabo coincidiendo con algún político.

Desde municipales hasta nacionales, pasando por autonómicos. Y de todos los colores. En los últimos años, en verano he podido departir desde con Monedero en Gijón hasta con Abascal en Cádiz. Nada que ver sus perfiles, claro, pero mucho que ver sus comportamientos. Y me explico. Los políticos, hasta en vacaciones, son como los populares del colegio: siempre llevan la sonrisa colgada de los labios, por si acaso.

Es sorprendente lo agradable que son todos, el buen rollo que tienen, la atención que prestan a todo el mundo y como se empeñan en no parecer políticos. “Yo es que no soporto mucho a los políticos.”, he dicho en alguna ocasión. “O, mejor dicho, no me los creo de amigos. Y casi me impide que lo sean no mi religión, pero si mi profesión...”, he añadido. Y la respuesta es siempre la misma: “Si yo no soy político, yo soy una persona”. Ya, pero las personas que se meten en política son políticos incluso cuando están de vacaciones.

Se puede ver a un exministro relajado, con la cara anaranjada por el sol, en bermudas y de tertulia de amigos..., pero lleva al político dentro: no se olvida de nadie, centra las conversaciones en cuanto trascienden lo festivo y se comporta como el que sabe que los ojos que se fijan en él, llevan rayos X incorporados. Da igual el cargo o el ex cargo: se cambian de traje, se van a la playa, hasta se dejan ver en traje de baño o bikini (¡cómo han cambiado los tiempos y los cuerpos de los políticos!), pero no se relajan del todo. Siempre andan mirando a un lado y a otro, por si acaso. Y esa falta de naturalidad, se les nota.

Como a Letizia, que es una reina, pero que también habría cabido en algún partido (ni idea de cuál, no me vayan a malinterpretar), por como anda de pendiente de los demás cuando pone un pie en la calle. Es comprensible. A Letizia le juzgan el outfit completo (también los gestos, demasiado rebuscados a veces) y a los políticos el outfit, las palabras, el lugar en el que han decidido veranear, los días que pasan en él, lo que comen, cuánto beben y todo lo demás...

No pueden pasear secretos por la calle porque acechan los móviles, ni tampoco descuidarse en las conversaciones porque pueden ser grabados... Que se desmelenen no está bien visto, pero que sean antipáticos tampoco. Por eso los que pueden vuelven a casa, a “manosear sus raíces”. Saben que los de siempre, los volverán a su sitio de un golpe de realidad.

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