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Hoy celebramos el Día de Reyes, chun chun. Otro día feliz con el que cerrar el ciclo navideño que, de nuevo, habremos dedicado más a comer que a rezar. Lo normal cuando hasta las iglesias están cerradas a cal y canto: puro amor en los tiempos del cólera (gracias García Márquez) o cuentos para una cultura acelerada (Gracias Douglas Coupland), lo que prefieran para describir esta nuestra particular espuma de los días (gracias Boris Vian) en la que vivimos entre virus mutantes, tecnología “fast & furious” y una indigesta sensación de ausencia de futuro bajo la máxima “carpe diem”, el latín que sobrevive en los tatuajes.

Hoy celebramos el Día de Reyes, chun chun, y hemos pedido cosas. Muchas cosas que llegan en furgonetas conducidas por repartidores también acelerados. Y hemos pedido deseos, pues aunque parezca mentira con telebasura como “La isla de las tentaciones”, los deseos existen, los buenos deseos, el corazón quería decir. Anhelos me gusta más como palabra y como deseo. Un descubrimiento: más allá del teletrabajo hay vida, hay papel y tinta, hay proyectos en un cerebro y en un plano. Hay garabatos, hay que dejar volar la mente con el firmamento por pantalla y sin goles. Por favor, sin goles. Ya lo cantaron las chicas de “En Vogue”: libera tu mente.

Hoy celebramos el Día de Reyes, chun chun, y los juguetes se ponen en marcha, las bolas de Niessing ruedan con fantásticas vistas al escote, los coches vuelven a correr por los pasillos, y los drones se levantan para desplegar nuestros anhelos. De Barbie no hablo, que se incomodan Irene Montero o cualquiera de sus guerreras MeToo. Como dijo Dalí, yo tampoco.

Hoy celebramos el Día de Reyes, chun chun, y lo hacemos con la ilusión debida: quizá los Tres Reyes (nada que ver con la película de George Clooney) nos hayan traído una nueva manera de afrontar la vida, o nuevos políticos, o hayan arrojado desde sus carrozas un rayo de luz que restaure la confianza del ser humano en sí mismo. Quizá hayan dejado sapiencia en la Universidad, y semillas para una Salamanca mejor, para esa Salamanca que está muriendo y que no debe morir. Quizá hayan dejado partículas en el aire que apaguen el ruido de esta nana diabólica que nos arrulla y que se hace llamar indiferencia, tristeza.

Con mis mejores deseos: oro, incienso y anhelos.

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