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No votéis a Florentino

Jueves, 16 de mayo 2019, 05:00

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Dice mi hermana que cuando escribo de política, no le gusta. Tampoco cuando lo hago del Atleti, aunque por motivos radicalmente opuestos. Me explico.

En asuntos balompédicos la irracionalidad de las emociones, concentradas en el corazón, me impide admitir algunas argumentaciones lógicas. Soy un hooligan en vías de ilustración. Conozco la historia de mi equipo y me importa un bledo lo que diga el mundo entero sobre nosotros. Yo con los míos muero.

Mi hermana, que no sabe lo que es un fuera de juego ni es capaz de citar más de cinco jugadores que vistan la incolora camiseta de su equipo, es de las que condicionan su cariño a los títulos. Y claro, no le gusta que raje del latrocinio institucionalizado que han venido perpetrando con impunidad —y vergonzante orgullo— a lo largo de su delictiva y dilatada historia trufada de salvajes asaltos que han caído en el olvido tras el ruido del laurel y el brillo del metal que exhiben —sin ningún rubor— en uno de los museos más visitados de la villa y corte. Es lo que tiene generar el 1% del PIB. Que puedes trincar, especular y mangonear porque nunca pasa nada. Y si pasa, se le saluda.

Decía que a mi hermana no le gusta que hable del Atleti porque ella, sin tener conocimientos básicos de fútbol, es del otro equipo de Madrid. Tampoco le gusta que hable de política porque, en este asunto, por el contrario, soy frío como un vikingo calculadora en mano.

Entiendo los comicios más como un deber que como un derecho. Y no creo en los partidos sino en las personas. Soy de los que se leen los programas electorales. De los que rara vez votan a unas mismas siglas, de los que tienen una idea de la ciudad, de la región y de Europa que no se corresponde con ninguna de las propuestas ofertadas por los partidos que ansían organizarnos la vida. Y claro, despotrico contra rojos, azules, verdes, naranjas y morados. No trago con los populismos de uno y otro lado, no comulgo con bipartidismos ni duopolios, huyo de los nacionalismos tengan donde tengan sus fronteras. Estoy convencido de que la persona tiene que ser el centro y lo primero. En especial los que lo tienen más complicado, los últimos. No creo en verdades absolutas ni en recetas mágicas. Entiendo que en la mezcla está la perfección y hace lustros que reclamo —valga el pareado— la fraternidad como revolución.

A mi hermana no le gusta que escriba de campañas, de partidos y candidatos porque sabe que la mayoría de los votantes patrios hacen del voto su vuvucela, confunden siglas con ideologías y defienden a los partidos como a equipos de fútbol.

Mi hermana me quiere mucho. Tanto que jamás votará a ningún Florentino.

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