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No te pienses sin sangre

Jueves, 8 de diciembre 2022, 04:00

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Algún accidente habría habido antes, seguro. Pero la memoria nítida es de aquella vez. Domingo por la mañana. En La Alamedilla todavía quedaba gran parte del trazado de ese parque infantil de tráfico con el que se pretendía instruir a los niños en los rudimentos de la seguridad vial. Apenas cinco años. Bici heredada de no sé quién y una bajada en curva por delante. Cuidado, no te tires por las cuestas. ¡Que no! Ahí fui, a lo loco, hasta que un semáforo se acercaba a velocidad de vértigo y frené con la rueda de delante.

En fin. Cuatro raspaduras en codos y rodillas como cuatro refulgentes soles. Recuerdo que, incorporado con esa sonrisa poco convincente de aquí no ha pasado nada, vi que de la rodilla enrojecida empezaba a manar un denso reguero de sangre y... fundido a negro. La sangre y yo no nos llevamos bien. No hubo más remedio que ir a buscar a casa otra ropa que no estuviera manchada de rojo para ver si recuperaba el color de la cara. Justo el que perdió aquella buena señora que nos sorprendió en plena operación de cambio en el discreto portal escogido por mi madre y muy asustada gritó: “¡Oiga, no lo irá a hacer aquí!”, equivocando el motivo de la visita. Así que crecí ignorando, en la medida de lo posible, el rojo líquido. Cerrando los ojos en el cine cuando la cosa se complicaba y admirando cada vez más a quienes dedican su vida a curar a los demás, incluso sangre de por medio. No hace mucho mi compañero Víctor me insistió en que tenía que ir a donar, que las reservas estaban muy bajas y... venga, que no es nada.

Me subió con algún empujón hasta el Virgen de la Vega y me presenté allí con las pulsaciones a tres mil. Relajada la cosa, procedimos. ¿En qué brazo? En el que no lo vea. Será por el sentido arácnido de las enfermeras, pero no me dejaron un momento. Atención amable, profesional. Tranquilas que estoy bien. Mirada de reojo a la bolsa con ¡mi sangre! Mareo. Espera un poquito mejor. Así tres veces y ni una mala cara. Me las imagino cruzando apuestas al acabar, pobres. Este no vuelve. Pues prometo que lo voy a intentar. Y va a ser por propio egoísmo. Porque, a pesar de todo, hay muy pocas ocasiones en la vida para sentir que estás haciendo el bien, que eres útil. Con tan poco. Unos centilitros de sangre. Para ayudar a los que ayudan a hacer un mundo un poco mejor. La sangre que lo explica todo, la misma que todos llevamos, que nos hace iguales a cualquier lado de cualquier frontera. Mujeres, hombres, todos la misma. “No te pienses sin sangre”, dice Benedetti. La sangre humilde y valiosa que te pone en tu sitio. En unos días, la Hermandad de Donantes de Sangre va a recibir la Medalla de Oro de Salamanca. Ellas y ellos, que una y otra vez permiten que el barco sanitario siga a flote. Una oportunidad, que tampoco son tantas, para aplaudir muy fuerte.

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