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En mitad de la tormenta política que vivimos, desatada por los acontecimientos de Murcia y con la megarréplica de Madrid, en Salamanca escuchamos tambores de guerra en el PP, aunque con intenciones que yo al menos, como simple espectador, no alcanzo a ver. Sólo veo que en lugar de centrarse en sus ideas, en sus programas, en sus responsabilidades y sobre todo en el problemón social y sanitario que tenemos encima, y hablo en general de todos los políticos, están a la gresca, a la sopa boba, a que nadie les mueva la silla, o a mover la de alguno en beneficio propio... como parece que ahora pasa en Salamanca.

Leo que un grupo de “díscolos” del Partido Popular salmantino está molestos con la dirección, que preside el también presidente de la Diputación, Javier Iglesias, a quien acusan de llevar mucho tiempo en la cosa pública, lo cual es cierto. Lo triste del tema es que la regeneración política o la caducidad de los cargos no es lo que está en el debate o en el asalto al PP de Salamanca, sobre todo cuando otros llevan tantos años como Iglesias, o intentándolo, y chupando del bote, da igual en ayuntamientos, que en el Congreso de los Diputados, que en las Cortes regionales... Y los ciudadanos, los votantes, consintiéndoles, incluso votándoles porque no hay otra cosa: candidatos sin personalidad que desconocen por completo qué es eso que se conoce como “mundo real”. Hace falta poca dignidad para acusar a los demás de nuestras propias miserias.

Y como el factor provinciano nos puede, ahí estamos dando la nota. Ayer mismo LA GACETA entrevistaba a uno de los “díscolos”, el diputado provincial Julián Barrera, que participaron a espaldas de Iglesias y Mañueco en la reunión en Madrid con García Egea, secretario general del PP, con el objetivo de dinamitar la normalidad de Iglesias y sustituirla por otras “normalidades”, por otros “intereses”. Imagino que en el encuentro hubo quejas, conspiraciones, y cotilleos, como si en Génova 13 importara algo Salamanca, que nunca le ha importado nada, ni como partido ni como gobierno.

Decía el señor Barrera, para bochorno de mi intelecto, que Egea les dijo en la reunión “que Mañueco no quería ser su amigo”, y no sé qué me puede más, si las carcajadas por la tontería o las lágrimas de la vergüenza ajena que me produce semejante estulticia. Egea molesto porque Mañueco no quiere ser su amiguito, jo, y va y se lo suelta a ocho de Salamanca que van con la pancarta de “qué hay de lo mío”. Seamos serios y quitémonos la viga del ojo.

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