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El Gobierno aprobó hace meses la bonificación del litro de combustible para ayudarnos a llenar el depósito. Partidismo vocinglero aparte, la decisión fue bien recibida por el común de la ciudadanía. Con todo, algunos advirtieron del desacierto en la elección de la medida. Dos problemas subyacen a la presente crisis energética: uno, coyuntural, es la guerra en Ucrania; otro, estructural, es el apocalipsis medioambiental al que nos precipitamos. Ambos fueron ignorados con aquella bajada de veinte céntimos, que incentivaba el consumo de petróleo y, además, lo hacía indiscriminadamente, tanto para el transportista que no llegaba a fin de mes como para el conductor de un deportivo de lujo.

Cumpliendo los compromisos comunitarios adquiridos por España, el Gobierno ha aprobado un Decreto-Ley que, ahora sí, contempla medidas de ahorro energético tan necesarias como urgentes. Nos solidarizamos con las ciudades bombardeadas y la mayoría apoyó el envío de armas a los defensores. Sin embargo, la cosa cambia cuando nos piden que dejemos de financiar la agresión de Putin. Salvando las distancias, la situación me recuerda a la de aquellos señoritos madrileños que en 1936 se iban los domingos a pegar tiros a los muros del Alcázar para luego presumir durante la semana de haber estado en el frente. Ahora no nos piden que vayamos a la guerra, sino que renunciemos a una pequeña parte de nuestro confort. ¿Es tanto?

Debemos decir a los españoles la verdad y establecer un plan de ahorro energético para prepararnos ante cortes o restricciones de energía. Las palabras no son mías, sino del líder de la oposición. De ese acuerdo debemos partir, y no del apasionado “Madrid no se apaga”, que más parece una actualización del “no pasarán” que una defensa −miope y cortoplacista− de la economía. Quienes tanto predican la libertad, debieran también preocuparse por la soberanía energética. Necesitamos limitar nuestra dependencia de los combustibles importados evitando el despilfarro y promoviendo la generación de energía mediante fuentes propias alternativas, las únicas que nos permitirán ver el futuro con optimismo.

Ayuso se equivoca. No es momento de soflamas electoralistas, ni de alentar una rebelión energética de la mano del Gobierno Vasco, otro insurrecto. Es tiempo de fomentar una cultura ambiental y, para ello, es necesario que el ciudadano reciba un mensaje racional y coherente de parte de los políticos. Luego podremos discutir cuánto se ha de limitar la climatización, si las puertas automáticas son subvencionables o si los escaparates deben iluminar nuestras madrugadas. Mientras, es imprescindible que todos nos comprometamos sin fisuras en esta tarea.

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