No los dejemos tirados
Decía aquel poeta de la generación del 98 de todos conocido, Antonio Machado: “Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo ... caminos, caminos sobre la mar”. He tenido la suerte de recorrer caminos o más bien carreteras de nuestra provincia. Lo hice a lomos de una Mobilette del 1966 que, dada su edad y mi condición física, como es de suponer, la velocidad de crucero no era precisamente la de un Ferrari, aunque logre por las mañanas ponerme de cero a cien en tres segundos, lo que tardo en subirme a la báscula. Ahora bien, ralentizar la velocidad tiene sus ventajas, te permite saborear con más paz y sosiego cuánto la vida nos regala y que muchas veces las prisas y velocidades nos impiden disfrutar. Afanados en llegar al destino nos perdemos las riquezas del camino. No fue así durante estos seis días de convivencia y rodaje solidario, todo lo contrario, un auténtico reencuentro con el tiempo y el espacio. Conceptos que hemos de recuperar para tomar conciencia de que también hay vida antes de la muerte, incluso en los pueblos de la mal llamada Salamanca o España vaciada. No está vaciada, la estamos vaciando, la estamos condenando a muerte cuando en realidad la vida en estado puro, sencillo y libre de contaminación se mantiene precisamente en nuestros pueblos. Dice César Lumbreras, en uno de los apartados de su programa radiofónico de las mañanas de los sábados, que “España huele a pueblo”. Ojalá oliera más a pueblo, a sentimiento, a compromiso, a chimenea con calor de hogar, a sonrisa viva de traviesos niños y a sonrisa desdentada en rostros cargados de arrugas y manos esculpidas de callos. He podido comprobar que aún queda ese olor a pueblo en muchos rincones. Como llamas de esperanza en una España que se resiste a ser vaciada por más que muchos, especialmente políticos, la tengan olvidada arrebujados al calor de su poltrona, soñando con espacios virtuales en un mundo que progresa tratando de llegar a Marte e incapaz de amarte a ti y a sí mismo. España huele a pueblo y el pueblo huele a cariño, a ternura y agradecimiento, pero sobre todo a esperanza. Todo pasa y todo queda o tal vez no, pero lo nuestro es pasar. Pero no pasar de todo, si no pasar a la acción, al compromiso, tratando de edificar y de sembrar con la esperanza de que alguien lo habitará y alguien cosechará. Nuestra mal llamada España vaciada no puede ser imantada hacia un epicentro cargado de ocupaciones y vacío de sentimientos, repleto de actividades y también de soledades, con escaparates deslumbrantes cargados de maniquíes inertes. En nuestra mal llamada España vaciada las gallinas campan a sus anchas y no se sienten violadas, todo es más sencillo y natural, no solo el yogur ¿Alguien puede girar la cabeza y poner cordura? En estos días he visto muchas puertas cerradas de casas, de consultorios médicos y también de iglesias, pero si algo he visto han sido corazones y miradas abiertas a la ilusión y la esperanza. No los dejemos tirados.
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