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Uno tiende a pensar que, con las que está liando, el Gobierno de Pedro Sánchez tendría que estar sufriendo un desgaste importante en sus expectativas electorales. Uno se pregunta qué tiene que hacer, aparte de avanzar como un tanque por el camino hacia la destrucción de España, para que los votantes castiguen a fondo al inquilino de La Moncloa. Pero parece que la lógica de las reacciones sociales no funciona en nuestro país.

Eso es al menos lo que recoge la encuesta de DYM para LA GACETA DE SALAMANCA que publicábamos en la edición de ayer. Tras el intento de asalto al Tribunal Constitucional para controlar el poder judicial, después de aprobar la supresión de los delitos de sedición y malversación a petición de sus colegas golpistas y después de ver cómo más de cien violadores han salido de la cárcel o han visto reducidas sus penas gracias a la ley del “solo sí es sí”, resulta que los simpatizantes del sanchismo crecen ligeramente. Son solo dos décimas más de posibles votos (del 26,8% al 27%), pero es una subida en lugar de un hundimiento espectacular, que sería lo previsible ante tales desmanes. Según el sondeo-cachondeo del CIS de Tezanos, el PSOE seguiría dos puntos por encima del PP, pero se trata de una broma de mal gusto.

La realidad sociológica de nuestra encuesta viene a confirmar la capacidad de asimilación (tragaderas) del votante del PSOE, o bien su afición a los medios públicos y progubernamentales, que son muchos y poderosos, en cuyos informativos las tropelías del sanchismo no solo aparecen camufladas, sino reconvertidas en ataques a la oposición, a la que son capaces de acusar de todo salvo del asesinato de Viriato (por ahora).

Esa fidelidad ratifica también el hecho innegable de que los españoles votamos más contra alguien que a favor de alguien, que nuestra papeleta va dirigida sobre todo a que no gane el partido que odiamos. Y que siempre consideramos mejor que gobiernen ‘los nuestros’, aunque lo hagan fatal, a que manden ‘los otros’, aunque lo borden.

También es verdad que el PP no lo está bordando. Alberto Núñez Feijóo no está consiguiendo que su mensaje cale como debiera en un sector más amplio de la ciudadanía, por falta de contundencia o por un “dulce dejarse llevar” hacia la victoria en las próximas generales. En ambos casos, una estrategia peligrosa, porque las urnas las carga el diablo, sobre todo en España.

Pese a todo, el líder popular ha recuperado en el último mes, con una subida de un 1,3%, la distancia respecto a Sánchez y ya estaría 4 puntos por encima (con un 31% frente a un 27%) si se celebraran ahora elecciones. Con esos datos, y pese al retroceso de Santiago Abascal (pierde 1,3 puntos en el último mes, los mismos que recupera el PP), lograría una mayoría absoluta holgada sumando sus diputados a los de Vox.

Es un triste consuelo, porque de aquí a finales de 2023 tiene que llover mucho y no sabemos a quién beneficiarán los chaparrones. Lo que sí sabemos, porque llevamos muchos meses comprobándolo, es que Sánchez no tendrá ningún reparo en hacer todo lo que esté en su mano, que siendo presidente del Gobierno es mucho, para ganar los comicios. Ni lo que digan en Europa ni lo que grite la oposición le importa un bledo. Y visto lo visto, es muy probable que continúe el camino hacia la autocracia, tirando por tierra cualquier barrera legal, institucional, democrática y constitucional que se le ponga por medio.

Contará para ello con una buena parte de la población adoctrinada, aborregada y sumisa, que no dejará de apoyarle ni aunque dinamite todos los cimientos de la democracia.

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