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Ni estaba muerto ni estaba de parranda

Sábado, 1 de octubre 2022, 05:00

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Que no estoy muerto, coño!” Con esta surrealista reivindicación comienza la historia de Francisco, un hombre atropellado por una burocracia cada vez más automatizada y menos humanizada. Solo apretando un botón de su teclado algún funcionario de la Seguridad Social le ejecutó oficialmente. Kaput cibernético. Inconsciente de que había pasado a mejor vida, este jubilado se enteró de que estaba muerto en la farmacia. Fue otra máquina la que detectó su fallecimiento, bloqueando así la posibilidad de dispensarle los medicamentos que iba a recoger.

Esta fue la primera ficha de un efecto dominó que se llevó por delante su pensión. Ingresos cero en el banco, aunque las facturas sí que se las han cargado. Evidentemente, tras esta gravosa concatenación de hechos no se ve atisbo de voluntariedad, tan solo un error asociado a un hecho muy doloroso para Francisco, la muerte de su mujer hace dos meses. En el momento de darle de baja en el sistema, alguien se marcó un 2x1 de lo más desafortunado. El problema es que al sistema binario (0 y 1) de los programas informáticos le cuesta asumir la idea de resucitar a un ‘no muerto’, y en esas tenemos a este jubilado de 74 años peregrinando por las oficinas de la Seguridad Social reivindicando que sigue vivo.

Esta semana he conversado unos minutos con él y su tono desvelaba una mezcla de rabia, impotencia, resignación y desesperación. Ya ha conseguido que le paguen la pensión del mes de agosto pero está asustado por si no cobra en septiembre. Viene el frío y no puede estirar mucho más los ahorros, me dice con su voz temblorosa. Y yo no puedo evitar pensar en que esta sociedad de urgencias y resultados trata cada vez peor a sus mayores, abandonándoles a su suerte en mitad de un mundo que gira demasiado deprisa. Quizá habría que respetar su derecho a ir más despacio, a no vivir dentro de un teléfono móvil. Quizá tendríamos que aprender de ellos.

Por cierto, se me olvidó preguntarle a Francisco qué piensa él del bochornoso espectáculo que nos están dando nuestros políticos regionales, tan soberbios como para no saber cuándo hay que pedir disculpas y tan ávidos de minutos de gloria como para no querer frenar el desenfreno verbal que protagonizan pleno tras pleno en las Cortes. Seguramente, ahora con voz mucho más firme, me habría respondido que más les valdría trabajar un poco más y pavonearse un poco menos. Y no es mal consejo viniendo de alguien que ni estaba muerto ni estaba de parranda.

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