Mascarilla y menos carilla
Hace tiempo, un vicario de esta diócesis me decía que con la mascarilla teníamos menos carilla y no le faltaba razón. Ahora, ansiosos estamos de ... que llegue el día siete para que nuestros ilustres gobernantes nos liberen, después de tres largos años, de ese añadido facial.
La verdad sea dicha, la mascarilla nos ha protegido no solo de ese virus indecente y traidor, si no también de ciertas situaciones de rubor o vergüenza, sacándonos también de ciertas realidades un tanto incómodas al poder ocultar gratuitamente expresiones que, de ser vistas, serían políticamente incorrectas.
No sé yo si a más de uno le resultará incómodo hacerse presente a plena luz del día y a rostro descubierto, son muchos los que con mascarilla o sin ella ponen de manifiesto la amplitud de su cara, de su cara dura.
Vivimos momentos y situaciones en las que la mascarilla se queda pequeña para tapar la infamia, la desfachatez, el morro, la jeta y la capacidad de estafa de quienes, sin darse ninguna importancia, campan a sus anchas haciendo de su capa un sayo, intentando y muchas veces consiguiendo que comulguemos con ruedas de molino.
No voy a meterme en la charca de la ciudad de la paz, Peace City World, aún es muy pronto y carezco de información suficiente. Nuestros gobernantes no lo han puesto fácil pero los medios de comunicación tampoco lo mejoran mucho.
En cuanto al tamaño de los trenes y los túneles cántabros tampoco diré nada, y menos siendo el pater de la veintitrés promoción de la Renfe. Aunque dicen que el tamaño no importa, aquí nos queda la duda.
En fin, que lo miremos por donde lo miremos, con mascarilla o sin ella la cosa pinta fea. La ley del ‘solo sí es sí’ o la de protección animal se me antojan cortas, más de uno se queda sin cobertura visto lo visto.
Perdónenme la ironía o la maldad pero es que esto es un sin Dios, lo mires por donde lo mires, nos faltan piezas de cordura para encajar el rompecabezas de una vida supuestamente normal.
En mis tiempos hablábamos de la rima asonante y consonante, hoy tendríamos que hablar de la rima mal sonante, porque son muchas las cosas que chirrían, muchas las notas que desafinan en la música de este país. Y lo más triste es el silencio, la apatía, la indiferencia que se hace presente en una gran parte de la sociedad.
Ciertamente, es necesario que nos quitemos la mascarilla y afrontemos la realidad a cara descubierta, a riesgo de ponernos colorados, pero siempre se ha dicho que es mejor “una vez colorado que ciento amarillo”.
Lo triste y lamentable es que nadie está dispuesto a dar la cara y a ninguno se le cae la cara de vergüenza ni ante la mayor evidencia.
Día tras día llueven noticias que asumimos como quien oye llover bajo una conciencia totalmente anestesiada. Esto no lo entonan ni las águedas que ayer se convertían, un año más, en dueñas y señoras de una tradición que también parece flojear. El relevo generacional también parece complicarse.
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