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Durante varias semanas, caravanas de políticos recorrieron nuestra Región en busca del voto. So pretexto de defender la calidad de nuestras carnes, hablaron de la cabaña ganadera, pero también de una banda terrorista que desapareció hace mucho tiempo, del papel de nuestra tierra en la conformación del Imperio y de otros muchos asuntos que al señor Cayo, realmente, muy poco le interesaban. Poco se detuvieron a debatir sobre las causas de nuestro incipiente desierto demográfico, de la sanidad y sus listas de espera, de las universidades, de la investigación o del turismo de interior. Ni de la pandemia hablaron. Con todo, la mercadotecnia electoral puso a Castilla y León en el mapa. Por unos días nos creímos importantes; pensamos que nuestra vieja tierra tenía algo que decir en el contexto de la política general. Qué equivocados estábamos.

Los resultados que arrojaron las urnas fueron adversos para todos, salvo los caminantes verdes. Nuevamente, el verbo “dimitir” fue un nombre ruso mal escrito. Llegada la hora de negociar, los intereses de partido –nunca de los ciudadanos− vuelven a predominar sobre todo y sobre todos, cocinándose los posibles acuerdos en las sedes centrales conforme a criterios de estrategia general.

Aunque todavía conserve su inmerecido título académico –quedó judicialmente demostrado que lo obtuvo haciendo trampas−, un vergonzante vídeo que alguien guardaba para la ocasión sacó del cargo a la Presidenta de la Comunidad de Madrid. Algo parecido se pretende con su actual sucesora, aspirante a todo, a quien su partido le hace ahora la cama probando que compró 250.000 mascarillas, a más de seis euros cada una, gracias a la interesada intermediación de su hermano.

Isabel está hecha de otra pasta que Cristina y no dudará en arrasar con todo antes de tirar la toalla, aun a costa de su propio partido. En Madrid, los apuñalamientos ya no son solo cosa de bandas latinas. Podemos estar asistiendo a la desintegración de una opción política que aspiraba a aglutinar al centro-derecha en España; de una pieza esencial del juego político de toda democracia que se precie. Si eso llega a ocurrir, que nadie dude que habrá quien permanezca serenamente bajo el árbol esperando a que caigan los frutos, aprovechando esos votos para tensar la política sin miedo a romper la cuerda.

Vuelvo a nuestras últimas elecciones y a sus problemáticos resultados: en el momento presente, Génova no puede ser la referencia y la amenaza autoritaria está a las puertas. Hablando se entiende la gente. Al menos, la gente razonable, que es la que nos interesa.

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