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Tengo un amigo que mantiene que en una cola de gente se puede ver el carácter de una sociedad. Y la verdad es que observar con atención una fila, es un experimento sociológico de lo más entretenido. Está el que se queja por todo, el impaciente que mira constantemente el reloj, el impertinente que resopla, el que responde con superioridad al que pregunta, el insolidario, el pasivo, el activo, el pasota, el despreocupado, el solidario, el amable, el educado, el sonriente, el que no se entera cuando la fila avanza, el cotilla, el parlanchín, el necio, el que no sabe el destino de la cola, el repetidor... y así hasta el infinito. A casi nadie le gusta esperar y por eso, la sensación de perder el tiempo, saca lo mejor y lo peor de las personas.

Stanley Milgram, uno de los grandes psicólogos de la historia, incluyó las filas de gente en sus experimentos sobre la respuesta social a determinados estímulos. Y lo hizo enviando a sus colaboradores a colarse en lugares de todo tipo. La respuesta fue muy llamativa, porque la mayoría solo recibieron gestos de desaprobación o miradas de molestia. Apenas un 10% de los jetas fueron expulsados por el resto. Para Milgram, esto ocurrió por varios motivos. Uno porque las personas que hacen una cola no se consideran realmente un grupo. Y dos porque la mayoría es educada y tolera cierto grado de transgresión a cambio de no buscarse un lío. Este gran estudioso de la Psicología Social tendría hoy un magnífico campo de trabajo a su disposición, en los trenes fantasma de Renfe. Los caraduras se han multiplicado y se cuelan ante todos, con la ventaja de no tener que dar la cara y con la impunidad que les proporciona la pasividad de la compañía. Da vergüenza ajena ver cómo hay quien se aprovecha de una gratuidad, que acabamos pagando todos. Porque esos vagones que viajan vacíos, con decenas de plazas reservadas que no se usan, cuestan lo mismo que los llenos, con la diferencia de que los pagamos todos con nuestros impuestos. Hay quien dice que España es un país de pícaros para justificar un fenómeno como este. Pero eso es falso, porque la picaresca es otra cosa. Esa forma de vida, que tanta gloria ha dado a nuestra literatura, parte de la necesidad, la marginalidad o el hambre. El Lazarillo, Guzmán de Alfarache o Pablos, el de “La vida del buscón” son ejemplos, de buscavidas que basaban su instinto de supervivencia en el ingenio o en la astucia. Los que estos días acumulan billetes de tren gratis y privan al resto de viajar, son simplemente unos caraduras. No sé a qué espera Renfe para sancionarlos y para evitar que sus trenes viajen al completo, de incivismo y de mala educación.

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