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Estamos en pleno siglo XXI y, aunque el COVID-19 nos ha trasladado de un zarpazo a ese futuro que anticipaban las novelas de Ciencia ficción, hay otros asuntos que nos mantienen anclados en el pasado. Como el de las madres solteras.

Dejando a un lado los innumerables padres extraordinarios que adoran a sus hijos, entre los que se incluyen algunos que sufren porque las madres les impiden verlos, quiero recordar que siguen siendo legión las mujeres del mundo entero que tienen que enfrentarse solas a embarazos o a la crianza de sus criaturas, por las que son capaces de atravesar el planeta solo con el propósito de sacarlas adelante. Es el caso de las mujeres cuya historia recogía el domingo este mismo periódico, llegadas a Salamanca desde República Dominicana, Perú, Bolivia, Colombia, Honduras o de espacios recónditos de la propia España, huyendo dela miseria, de la violencia o de la mala suerte. Mujeres decididas y con voluntad inquebrantable, dispuestas a soportarlo casi todo, por esos hijos, solo suyos pese a los padres, que a veces pesan como una mochila llena de piedras. Estas mujeres que vinieron a nuestro país con la esperanza de una vida mejor, lo hicieron en el peor momento, el de la bomba de la enfermedad mundial, que tanto presumimos de que nos ha vuelto solidarios. Pero será solo a algunos. Otros han visto en la excusa del miedo o la incertidumbre, una estupenda oportunidad para sacar lo más abyecto de sí mismos. Por eso estas madres solteras, se han encontrado de pronto viviendo el más oscuro confinamiento junto a sus hijos, en pisos —más bien habitaciones— donde sufrían humillaciones y vejaciones por parte de unos arrendadores a los que, dadas las circunstancias, no podían pagar.

La suerte llegó en forma de casa de los Sagrados Corazones, habitualmente dedicada a actividades sociales y convivencias, que la congregación puso a disposición de Cáritas y del Ayuntamiento para convertirse en refugio de estas madres solteras y de sus hijos.

Yo no tengo la suerte de ser creyente, pero verán, en situaciones como estas que les cuento, bendigo que los que lo son no se guarezcan de la que está cayendo en su egoísmo y acojan a quienes no tienen dónde vivir. Y veo ejemplos en esta congregación, en el Padre Ángel, en la enorme fe del presidente de la Fundación Madrina, Conrado Giménez-Agrela y en tantas personas e instituciones religiosas que ayudan a los más desfavorecidos. Ninguno lo es tanto, ni tan vulnerable como una madre con su hijo. Si hay un Dios, seguro que anda por esos lugares.

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