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“Arrastrando su hambre por el cielo”, en busca de carroña y carne corrompida, van los buitres por el poema de Samuel Beckett, el irlandés que fuera Premio Nobel de Literatura en 1969. Buitres de aquellos que se enseñoreaban, altivos y mayestáticos, en los riscos de los programas televisivos de Félix Rodríguez de la Fuente. Buitres que por entonces se decían necrófagos, es decir, que se alimentaban de cadáveres, regalando así a los ganaderos un servicio gratuito y ecológico de retirada de los animales que morían en el campo. Buitres, también, como “El buitre” del mismo Unamuno: aquel de ceño torvo y pico corvo, que el poeta pudo sentir en su entraña como una metáfora inevitable de muerte. Porque para don Miguel, como para otros pensadores, los buitres eran eso: sombras voraces que sobrevolaban la tierra viva, escudriñando el último suspiro de la existencia, para tirarse luego en picado sobre la muerte y pegarse el gran festín.

Nadie imaginaba entonces que los buitres fueran a mudar su alimentación y a multiplicar sus ganas. Nadie que el proteccionismo desmedido de los nuevos tiempos los convertiría en una amenaza depredadora y trágica para los animales de nuestros campos. El ataque de los buitres al ganado vivo no es un cuento chino sino una realidad sombría a la que los ganaderos no saben cómo hacer frente. La enorme población de buitres que existe no cuenta con muladares suficientes para apagar el hambre atroz que hoy tienen; así que nada como bajar a ras de suelo y meter el pico en la carne tierna. Valga como ejemplo el de mi Palomita: una vaca cruzada a la que cincuenta buitres esperaban en el primer retortijón del parto. No hace de esto más de quince días y la pobrecilla aún está temblando. De no estar el ganadero cerca, ni ella ni la criatura hubieran podido celebrar el alumbramiento. Tres horas hubo de estar afrentando a los pajarracos para proteger a la parturienta. Tres horas y los buitres apenas daban medio paso atrás. Tres horas hasta que Palomita salió de la fatiga y, ya caída la noche, los buitres desistieron. Quince días después, los buitres han venido a por un becerro ‘amellizado’ al que no le dejaron siquiera estirar las patas. Fue un abrir y cerrar de ojos. A poco más de cien metros, y nada pudimos hacer por evitarlo. En tiempo ya como quien dice de elecciones, los candidatos se interesarán por el campo y sus problemas y, nosotros, una vez más, se los contaremos. El voto ha de compensarse con justas y rápidas indemnizaciones y no con candangas o condolencias. De no ser así, llegará el día en que no haya campo al que venir a comer.

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