La soledad senil
Sábado, 28 de septiembre 2019, 05:00
Ahí sigue Unamuno, afortunadamente para Salamanca, de corpore insepulto. ¡Madrita, el juego que da! Si Franco fue nombrado por sus compañeros de armas Generalísimo, ... pero solo “mientras dure la guerra” – y se tiró cuarenta añitos más–, don Miguel va para cuatrocientos, por no decir para inmortal, que es lo que siempre pretendió. Sucede que el estreno de una nueva película sobre el verano de 1936, con Franco sublevado y el entonces más famoso intelectual, coincide con la judicialmente decidida exhumación de los restos de aquel General, que solo iba a durar al mando lo que durara la incivil contienda. O sea, que ya tenemos otra vez los despojos del dictador a punto de viajar, y los de Unamuno –a resguardo en el pecho del Padre Eterno–, en un nicho del cementerio de Salamanca, pero metafóricamente exhumados de continuo.
Amenábar le ha metido el diente al imperecedero Unamuno, intentando atrapar una personalidad tan vigorosa y tornadiza como la del Rector salmantino. Ha declarado que su propósito es que fuera una película “catárquica para la gente de este país”. Me temo que no va a lograr ese efecto purificador y liberador, porque lamentablemente hay quienes se empecinan en dar o creer versiones de nuestros hechos más vergonzosos, de aquel fratricidio, sus antecedentes, sus principios... claramente distorsionadas, partidistas. Y simpatizando usualmente con el mismo lado, bando o facción. Baste recordar al presidente socialista al que le hubiera gustado ganar la guerra que su abuelo perdió. O a quienes frecuentemente sacan los innegables horrores perpetrados por los “nacionales”, silenciando o negando las incontestables bestialidades consumadas por los “rojos”. Por ello Unamuno, tras su inicial apoyo al levantamiento, decidió estar lejos de los “hunos” y los “hotros”, en terreno de nadie, el suyo. Como él mismo escribió en 1918, “todo hombre civil que sea noble y entero, está predestinado a la soledad senil; su vejez será un trágico aislamiento”. Lo fue y su película lo plasma en sugestivas imágenes.
Según Carlos Boyero (El País), tenido por el mejor de los críticos, Amenábar “hace un retrato poderoso de ese hombre contradictorio, corrosivo, desgarrado, dubitativo, sincero y honesto” (Amén). El director chileno retrocede hasta 1936, según el propio Boyero –parte de cuya adolescencia la pasó en Sequeros–, “para hablar de un infierno perpetrado por las dos Españas, en nombre de Dios, la patria, el fascismo, el rojerío, la hostia en verso”. Le parece, en fin, “una buena, contenida y también arriesgada película, narrada con cerebro y corazón”. (he escuchado al crítico de la COPE, en términos igualmente laudatorios).
Uno no sabe una palabra de cine, ni se atreve a criticar el film, que le entretuvo, aunque solo fuera por detectar algunos extravíos históricos evidentes (Salvador Vila fue asesinado siendo Rector de Granada), o por ubicaciones ajenas a las reales (no sale ni un plano del Palacio del Obispo). Si eché en falta más extras –que, naturalmente, hay que pagar–, para recrear aquel ambiente de la ciudad que visitó y reflejó Dionisio Ridruejo: “...uniformes caquis con la cruz de la victoria, boinas rojas, gorrillas legionarias verdioliva, candoras, tarbus, zaragüelles, alquiceres, gorrillos de borla, ...camisas negras, esvásticas y todo lo demás”. Pero si me abrazo al rigor, tengo que comulgar con mis admirados Colette y Jean Claude Rabaté, que han dicho piadosamente de la película: “No se puede olvidar que es ficción y cada uno tiene derecho a dar su visión. No es un documental histórico”. Con esa advertencia, sin ánimo beligerante, sin telarañas en ojos ni cerebro, recordando que han pasado más de ochenta años desde “aquello”, es como creo que hay que ver la película.
Las imágenes concluyen en la mañana de aquel 12 de octubre (haciendo del Colegio de Médicos de Madrid nuestro Paraninfo). Luego solo textos con el desenlace, o sea, que Franco no se retiró al acabar la guerra –que era lo convenido–, sino que duró la intemerata (el problema es que ahora sucede ¡lo mismo! con mindundis que agarran cualquier puesto). El guión no incluyó el lamentable incidente de la tarde en el Casino. Cuando en el cóctel posterior a la premiére me presentaron a Amenábar – “aquí el presidente del Casino” –, el cineasta, muy sorprendido, exclamó: “¿Pero es que estamos en el Casino?”. (Coño, claro, donde por la tarde insultaron y tuvo que marcharse el ilustre contertulio). El director de cine conocía el lance, pero nadie le advirtió que había ocurrido precisamente allí. Le sugerí que para la próxima, le señalé el busto iluminado de don Miguel, y le recomendé que se hiciera una foto ante él. Karra Elejalde, descubierto el Casillas, se retrató con entusiasmo con su interpretado.
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