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A estas alturas ya no tengo ni idea si soy ese ciudadano que yo creí que era, formado, ilustrado, preocupado, viajado... una suerte de conquistador español del siglo XVI trasplantado en el XX/XXI, y por supuesto al servicio del rey, incluido Juan Carlos I. La verdad es que no lo sé, y aunque creo que soy ese ciudadano ejemplar, o al menos que intenta serlo cada día, viendo el panorama que tenemos dudo si no seré un simple gilipollas en un mundo que no es el mío. Por resumir sensaciones, confieso que me siento atrapado en mitad de un voraz incendio forestal.

A veces, ahora mismo, estoy tan solo en mi propio país que reconozco, aunque suene a “boutade”, que me hace mucho bien hablar y pensar en inglés como vía de escape de esta España bananera, decadente, mezquina y cada vez más obesa, metáfora perfecta del estallido que viene.

Todo es posible en nuestra sociedad y lo malo puede ser aún peor. Y aún muchísimo peor es que las cosas suceden con nuestra connivencia. Los inútiles, los memos que nos gobiernan, que tienen la altísima responsabilidad de liderarnos como sociedad (políticos y no políticos) tienen vía libre para hacer las tropelías que quieran. Nadie les chista; lo aceptamos todo, y desde que fuimos miserablemente confinados, una suerte de encarcelamiento por el que no ha habido condena, ni les cuento. Somos un país de pusilánimes. En esto hemos convertido la España de los Reyes Católicos, de Junípero Serra, de Unamuno, de Ramón y Cajal, de Dalí, de Casals, de Buñuel, de Gaudí, de Mecano, de Ángel Nieto... Un erial de pusilánimes es lo que es España ahora, entregada a beber cerveza mientras la Justicia es asaltada (de nuevo, de nuevo, de nuevo) por una banda de cuatreros y de amiguetes: para ti un juez afín, para mí un Defensor del Pueblo a quien pagar los favores prestados, para ti una magistrada dócil, para mí el sereno idiota. No doy crédito a tanto desmán, a tanto desdén, a tanto abuso de poder por parte de unos individuos que, en la España que fue, estarían engrosando las listas del desempleo... Sánchez, Casado, Iglesias, Echenique, Errejón, Belarra, Egea, Gamarra, Ábalos, Garzón... y tantos otros y otras que han entrado como elefantes en la cristalería del Estado, y lo han hecho con nuestro beneplácito, con nuestros votos, y sobre todo con nuestro silencio. Hagan lo que hagan, nos atraquen a las tres de la tarde, pongan el litro de combustible a dos euros, o dejen sin futuro y sin Filosofía a las nuevas generaciones, tendrán asegurado nuestro silencio y hasta nuestros aplausos. La revolución del sofá.

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