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Corea del Sur y España tienen datos demográficos bastante aproximados: 51,4 y 47,1 millones de habitantes respectivamente; una edad media de 42,2 años en Corea y 43,4 en España. Es decir, dos poblaciones bastante envejecidas y con muy altas esperanzas de vida (82,6 años en Corea y 83 en España).

Sin embargo, las medidas contra el coronavirus que se han tomado allá y aquí han sido muy diferentes. En Corea fueron más rápidos y aquí muy lentos. Cuando en Corea tan solo había medio centenar de infectados, el alcalde de Daegu (origen de la epidemia) habló ya de “crisis sin precedentes” y obligó a sus ciudadanos a quedarse en sus domicilios y a usar mascarillas dentro y fuera de casa. En España se tomaron las primeras medidas cuando en Madrid había ya más de mil contagiados y en ningún momento se han impuesto las mascarillas. Cuando en Busan, la segunda ciudad más grande del país, el 21 de febrero se detectó el primer caso de coronavirus se cerraron todas las instalaciones de masas. Con tan solo un centenar de contagiados, el primer ministro coreano calificó la situación de urgente y puso en marcha un efectivo plan universal de identificación personal del virus haciendo el test a todo el mundo, lo que permitió aislar a los infectados, mientras que en otros países –como en España- sólo se les hace el test a quienes ya tienen síntomas de la enfermedad.

“En lugar de esperar a que los pacientes vinieran, hemos ido a buscarlos (50.000 pruebas diarias) para evitar que contagiaran a nadie”, ha dicho Park Neunghoo, ministro de Sanidad coreano.

La teoría de Fernando Simón (jefe de Emergencias) es la contraria: “Tomar muestras a personas asintomáticas no tiene sentido. No aporta información y sí una falsa sensación de inseguridad”. Él sabrá por qué lo dice. Pero los hechos dan la razón al coreano, pues mediante el test generalizado se detectaron infectados que se pusieron en cuarentena y ya no pudieron contagiar a nadie, obteniéndose así una letalidad mínima, 0,8%, que en España es del 3%.

Los datos que se suministran en España son de escasa solvencia estadística (faltan clasificaciones elementales, como sexo y edad), pero sí permiten detectar el efecto nefasto que para esta epidemia tuvo la manifestación feminista en Madrid del 8 de marzo. ¿Por qué no se prohibió? Me temo que fue el miedo cerval que le tiene la izquierda gobernante al feminismo radical. Un feminismo que –ya se ha visto- prefiere exhibir músculo político a evitar un desastre.

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