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Decía el estadista y político alemán Otto von Bismarck, artífice de la Unificación Alemana y una de las figuras clave de las relaciones internacionales durante la segunda mitad del siglo XIX, que nunca se miente tanto como en las elecciones, durante la guerra y después de una cacería.
Muchos de nosotros, incluso los más aptos para incorporarnos a filas, por el momento nos hemos ido librando de salir a pegar tiros por guerras o cotos privados de caza, pero casi todos, hemos participado en distintas elecciones y habrá que reconocer que efectivamente, las mentiras ya forman parte indisoluble de este decorado electoral al que cada cierto tiempo se trepan algunos de nuestros más marrulleros políticos.
Lo que tampoco muchos intuíamos es que con el transcurso del tiempo, la mentira fuera convirtiéndose en un arte tan cotizado y admirado por la peña como el que actualmente domina el teatro de la política, en el cual se convierte en el rey del mambo el que miente con más desfachatez y naturalidad, hasta el punto que los electores, hayamos finalmente convenido que gana siempre el que con más descaro e indolencia nos haga tragar sus falacias.
A estas alturas no se sabe si celebramos su destreza de trileros o es que necesitamos sus trolas, como el anémico necesita hierro o el insomne somnífero para sentirse bien. No es que no penalicemos las mentiras en las urnas, como advierten las encuestas, es que las premiamos.
Tanto que surgen aguafiestas proponiendo que salte un chivato en pantalla cada vez que un político miente, advirtiendo a la audiencia que el dato declarado es falso. Y hasta quien pide cubrir de cables a los debatientes con la idea de administrarles corrientes eléctricas en las partes más íntimas de su anatomía cada vez que trate de colarnos gato por liebre. Ojalá que no trascienda tal idea.
«Miénteme, dime lo que quiero oír. Derríteme los tímpanos, inventa para mí con tu juego envolvente con tu lengua pegajosa. Hazme sentir que vuelan en mi estómago mariposas» cantaban Los Aterciopelados, definiendo maravillosamente lo que cada vez con más entusiasmo nos enamora y parece que pedimos a nuestros gobernantes.
Recuerden por tanto que cuando uno nos asegure desde una esquina que somos la locomotora económica de Europa y otro desde la contraria que España está quedando arrasada y hundida en la absoluta miseria, que en realidad solo tratan de darnos gusto con sus fantásticos y colosales embustes.
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