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Isabel, Daniel, Victoriano y Eugenio

Miércoles, 14 de septiembre 2022, 05:00

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Era julio y España ardía. Recordarán. Ya no se sabía en qué ola de calor se estaba y la sequedad extrema transformaba a la menor en una gigantesca pira inmensas superficies. En Salamanca, en torno a Monsagro y Candelario, y toda Zamora, en un verano negro en el que las llamas mostraban un hambre nunca vista, nos llevábamos, entonces, la peor parte.

Luego el mapa se iría llenando de más puntos rojos, pero, en ese momento, en el lejano oeste estaba la peor batalla. Se convertían en cotidianas expresiones nunca oídas: «el frente es inatacable», «el fuego está fuera de la capacidad de extinción». Las llamaradas hacían retroceder el operativo porque un cambio de viento se lo podía comer en segundos. Las poblaciones que no habían sido desalojadas miraban angustiadas columnas de humo, árboles arder a no demasiados metros de sus casas.

Iban quedando atrás hectáreas calcinadas, explotaciones destrozadas, casas. Y vidas. En Zamora, esa cruel guadaña de fuego se llevaba tres. Daniel, un experto brigadista; Victoriano, un querido ganadero; y Eugenio, aquel buen hombre que escapó de las llamas como pudo para salvar su vida y la de su padre centenario sin saber que los focos se multiplicaban alrededor de su pueblo y acabó con casi todo el cuerpo abrasado. Se luchó por él con desesperación en el Hospital de Salamanca antes de su traslado a la Unidad de quemados de Getafe, donde acabó por fallecer.

Debía de ser muy mala época, pocas plantillas, gente de vacaciones, a saber. O que Zamora está muy lejos de Madrid. El caso es que ninguno de esos grandes rostros de la información-espectáculo televisivo de cada noche sintió la necesidad de trasladar sus platós y contar esas historias con el realce que da mover, solo de vez en cuando, sus inmensas parafernalias.

Se habló de los incendios, faltaría más. Hubo conexiones, claro. Nos vamos en directo a Zamora, o Salamanca... Gracias, compañeros. Y a otra cosa. Este viernes, sin embargo, esos grandes referentes salieron todos zumbando por Barajas con destino a Londres. Había que contar lo que todo el mundo sabía ya: que había muerto una reina.

Ni se puede discutir el alcance de la noticia, ni la libertad para abordar los acontecimientos “históricos” como se considere. Pero un detalle me sacó de quicio. El luto. Negro riguroso que se respetaba hasta en quienes habían permanecido en la redacción central. Pero sobre todo el luto para el selfi, para el gesto casual en redes sociales. El vistoso luto con Buckingham Palace de fondo. No me compares el glamur con Losacio o Monsagro, vamos a ver.

Cuando Marlowe (Adiós, muñeca) se encuentra con la imponente Lewin Lockridge Grayle ironiza sobre el asesinato de otro cliente, Marriot, y le dice que no sabe si debería llorar por él. La rubia fatal zanja: «Tómese mejor otra copa». Esto es espectáculo, cada vida vale lo que vale.

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