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La demanda de profesionales del ámbito de las ciencias, las ingenierías y las matemáticas no para de crecer, sin embargo, parece que a los jóvenes no les atraen estas carreras. Según datos del último informe sobre carreras STEM de la Conferencia de Rectores de Universidades Españolas (CRUE), entre los años 2010 y 2017, las matriculaciones de estas titulaciones se redujeron en un 6,1%. Un serio problema que ha llevado a la CRUE a pedir al Gobierno que trate de orientar a los escolares hacia estos ámbitos de conocimiento, promoviendo actividades que despierten las vocaciones científicas.

Lejos de ayudar, hace unos días el Ministerio de Ciencia e Innovación anunció que los Premios Nacionales de Investigación, los más prestigiosos de la ciencia española, iban a dejar de llevar el nombre de ilustres investigadores españoles para comenzar a denominarse por la especialidad del premio, es decir, de Biología, Humanidades o Medicina, entre otros. Justificó la decisión el departamento que encabeza Pedro Duque asegurando que la reestructuración de los premios hacía complicado mantener los nombres de los científicos en determinadas categorías. ¿Estaba sugiriendo el ministro que no hay en España investigadores de prestigio en todas las áreas como para poder dar su nombre a un reconocimiento?

Como era de esperar, la noticia cayó como un jarro de agua fría entre los científicos españoles que no podían creerse la última tropelía del ministro Duque, así que días después hemos visto como el Ministerio de Ciencia e Innovación se ha desdicho a través de un comunicado en el que aseguran que fue un error de interpretación y que los premios mantendrán los nombres de científicos españoles, aunque a partir de ahora incluirán también a mujeres.

Rectificar es de sabios, dice el refrán. Menos mal que, aunque sea por la presión social, el Ministerio de Ciencia e Innovación ha dado marcha atrás y se ha dado cuenta de que resulta incompatible ser el abanderado del apoyo a la Ciencia —de ello presume Duque, aunque los investigadores, en especial los jóvenes, no tengan tan claro esa apuesta— y a la vez dejar en el olvido el nombre de algunos de sus grandes investigadores.

¡Qué mejor manera de promover la ciencia entre los jóvenes que con ejemplos reales como los de Santiago Ramón y Cajal, Juan de la Cierva, Ramón Menéndez y Alejandro Malaspina, entre otros muchos! Y seguro que pronto serán más porque la pandemia de la covid-19 ha puesto en evidencia que en España tenemos investigadores de primer nivel y lo que escasean son los apoyos de personal y económicos.

Sin duda, el Gobierno debería divulgar más y mejor sobre las grandes aportaciones de los científicos españoles sin olvidarse de las mujeres. No hace falta pensar mucho para que cuando hablamos de investigación nos vengan a la cabeza los nombres de Margarita Salas y María Blasco.

La discriminación de las mujeres en la ciencia tiene su fiel reflejo en la EBAU. Las filósofas son todavía injustamente ignoradas en la prueba de acceso a la universidad, no hay ningún nombre femenino en el temario de la prueba pese a que los expertos aseguran que María Zambrano, Simone Weil o Christine de Pizan están a la altura de otros autores masculinos.

Esta cuestión debe abordarse dentro de una reforma integral de la EBAU que acabe con la injusticia que supone que cada comunidad haga una prueba bajo sus criterios y su nivel. Estudiantes, rectores y algunas comunidades como la de Castilla y León no se cansan de pedir una prueba única, sin embargo, el Gobierno sigue haciendo oídos sordos. ¿Por qué no atiende a esta demanda? Se trata de un tema político, ya que a Cataluña no le interesa que se iguale la formación de los alumnos y, por lo tanto, que haya una prueba igual para todos.

Eso sí, la ministra de Educación, Isabel Celaá, sí se ha atrevido a rebajar el nivel permitiendo que alumnos con suspensos puedan titularse en Bachillerato y hacer la EBAU. Una decisión que perjudica al conjunto del sistema educativo. ¡Basta ya de jugar con la Educación!

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