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Quién me iba a decir a mí que...? Vivimos en la incertidumbre. La única certeza es que aquí no se queda nadie. “Ni el que lo inventó – decía El Sota -, que lo crucificamos”. No somos inmortales. Lo incierto es la fecha de abandono del valle de lágrimas.

¿Quién nos iba a decir hace unos meses que Pablo Iglesias, que no hace tanto exigía varios Ministerios, mas la televisión pública y el Centro Nacional de Inteligencia, se pondría genuflexo ante el presidente del gobierno, mendigando unas migajas de poder?; ¿algún salmantino, incluso algún botánico, pudo predecir que el río Tormes se teñiría de rojo esta primavera por la invasión despiadada de un helecho exótico?; ¿adivinaron ustedes que en menos de un año VOX dispondría de fuerza para exigir foto, negociación y puestos notables, si el centro derecha quiere hacerse con cuotas relevantes de poder?; ¿saben que el Capitán Smith escribió en 1907 que “nunca vi ningún naufragio, nunca he naufragado, ni jamás me he encontrado en una situación que amenazara desastre”, y cinco años más tarde se hundió al mando del “Titanic”?; ¿cómo podíamos sospechar que siendo Mañueco el Presidente del partido hegemónico en Castilla y León, y el bloque del centro derecha el más votado, tiene hoy un futuro político tan incierto?; ¿puede sospechar un pavo, al que alimentan puntual y diariamente, que la víspera del día de Acción de Gracias le van a retorcer el cuello?.

Esta misma semana, el columnista ha recibido dolorosamente el impacto de dos certezas. Cuando esperaba que cualquier día apareciera en el Casino Ana Martín Gaite, como habíamos quedado, para visitar la exposición de su única y querida hermana Carmiña – a cuya inauguración en Valladolid no había querido asistir -, me avisa su editora Ofelia “Siruela” que nos ha dejado. Como ella decía siempre “eres el único pariente que me queda en Salamanca” - sin serlo -, fui hasta el pequeño cementerio de El Boalo, donde encabezan el panteón familiar sus padres, el Notario de Salamanca don José Martín López y su esposa. El fedatario dejó en su casa del municipio de la Sierra del Guadarrama, una librería en que el ebanista imita los arcos de la salmantina casa de las Conchas; y en su lápida el mismo hermoso epitafio de Unamuno del cementerio salmantino, “Méteme Padre Eterno en tu pecho...”. Bajo ella, la de la hija escritora, con otra hermosa leyenda que concluye “recordarte apareja el gozo de la sonrisa”; seguidamente su única hija con Rafael Sánchez Ferlosio, Marta, fallecida prematuramente: “Oh, descansar en el azul del día/ como descansa el águila en el viento/ sobre la sierra fría/ segura de sus alas y su aliento”. Y el hueco para los restos de Anita, con la que se cierra inexorablemente una familia, que tanto tuvo que ver con Salamanca.

Y cuando esperaba que cualquier día nos charláramos una botella de Ribera o Toro, nos recitara admirablemente un poema del vino, y se preguntara “¿porqué lo vendes tabernero?”, me sacude afligido con la noticia Juan Antonio “Hergar”, que preside una peña gastronómica, “La manita”, en la que ya faltan dos dedos, los mejores, el índice y el corazón, Victorino “Audi”, y ahora José Luis Ruiz Ruipérez. El menos íntimo de sus amigos, se atreve a escribir que su marcha es injusta, que no cumple las reglas de la biología, aunque si las de la incertidumbre. Habrá que añorarlo un día levantando en su memoria una copa, como ha pedido en la celebración de la palabra su hijo Hernán, y tragarse las lágrimas, como tuvimos que hacer mientras escuchábamos “la muerte no es el final” – aunque se le parece bastante -, y porque como dice el estribillo de la canción de Alberto Cortez, “el vino puede sacar/ cosas que el hombre se calla”.

Estas lacerantes pérdidas solo se han visto mitigadas por el triunfo de otro amigo del alma, que entró el jueves por la puerta grande de Las Ventas con semejantes aclamaciones que recibió saliendo por la misma catorce veces. “Aquella muleta, aquella/ la mejor que hubo en Castilla...” de Martínez Remis, que por obligaciones de la rima se quedó corto. Porque fue “una de las mejores del universo mundo, a lo largo de todos los tiempos”, como remachó certeramente Domingo Delgado de la Cámara. LA GACETA y Javier Lorenzo han relatado ejemplarmente el emotivo homenaje a “El Viti” en la primera plaza del mundo, por lo que solo me atrevo a hacer mías las palabras del conductor del acto, el periodista Roberto Gómez: “Gracias, Santiago, por ser como eres”.

¿Saben ustedes que hay una cátedra de la incertidumbre, como hay cisnes negros? Pero eso, para otro día.

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