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Esta noche, casi seis décadas después de que subiera por vez primera a un escenario, el Noi de Poble Sec cantará por última vez ante su público. El pasado abril comenzó en Nueva York la última gira y, tras más de setenta conciertos por España y América, regresa al Palau Sant Jordi de su natal Barcelona para impartir su postrera lección magistral. Concierto tras concierto, ha declarado su intención de despedirse de sus seguidores en persona, uno a uno, como corresponde. Y lo hace con alegría, abandonando la nostalgia e invitando a todos a abrazar el futuro; proclamando que ha dedicado su vida a hacer lo que ha querido, como lo ha querido hacer y en la forma que debía hacerlo.

La honestidad de Serrat inspira su obra. La libertad, el respeto y su extraordinaria sensibilidad constituyen el perfecto conector de sucesivas generaciones. Machado, Hernández, Benedetti... Serrat ha sacado a los poetas de las estanterías para ofrecerlos al pueblo, arropando sus versos con una música que no empaña el mensaje; que lo potencia y engalana. También ha sabido rescatar trocitos de lo cotidiano invitando a reflexionar sobre lo bello y lo torpe de la vida; sobre la alegría, la tristeza y la melancolía; sobre la amistad y las malas compañías. Sobre todas aquellas pequeñas cosas y sobre el amor, en todas sus dimensiones, temblándole siempre el corazón en su garganta.

Vecino de Estambul y rey de Algeciras, charnego mestizo y trashumante universal. Catalán impenitente y español por convicción, su primo Joaquín Sabina –que no le toca nada, pero es su hermano– jamás le perdonará haberle privado del privilegio de escribir Mediterráneo. Pero Sabina se equivoca pretendiendo lo imposible, porque fue Serrat, y no él, quien jugó en su playa y acostumbró sus ojos a esos atardeceres; nació y creció a las orillas de ese mar de cultura y de poesía que hoy, también, es vergonzante sarcófago de vidas humanas y estercolero de un progreso erróneo.

Por voluntad propia, pues no podría haber sido de otro modo, Serrat se jubila cuatro días antes de cumplir sus primeros 79. Tal vez no vuelva a pisar un auditorio, aunque no renunciamos, como Penélope, a la esperanza de que reaparezca, siquiera ocasionalmente, como un Antoñete dispuesto a brindarnos su penúltima faena. De vez en cuando, la vida nos sorprende.

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