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Usted, amable lector, habrá leído o escuchado en los últimos tiempos que muchas marcas de automóviles han apostado en su estrategia verde por el hidrógeno. Sin embargo, esa oferta tiene muchos inconvenientes que se ocultan al público. Para empezar, se necesitaría una red de puntos de recarga que está lejos de existir.

Según el catedrático de Biotecnología de la Politécnica de Valencia y gran divulgador científico J.M. Mulet , el inicio de este cuento está en ‘La economía del hidrógeno’, del que es autor un especialista en predicciones erróneas llamado Jeremy Rifkin, donde anunciaba la buena nueva del hidrógeno, pero su utilización como combustible sigue siendo irrelevante. ¿Por qué? Porque probablemente todo sea un cuento inventado por las empresas automovilísticas.

El hidrógeno es, en efecto, muy volátil, lo cual implica que se necesita mucha energía para licuarlo. Su almacenaje es muy complicado, pues reacciona fácilmente con oxígeno y explota con facilidad. Los primeros zepelines se cargaban con helio, que es un gas inerte, pero el ejército de Estados Unidos hizo un embargo estratégico de este gas y eso obligó al Gobierno del III Reich a llenar sus dirigibles con hidrógeno, convirtiéndolos en bombas. Quedó esto patente el 6 de mayo de 1937, cuando el dirigible LZ 129 Hindemburg explotó durante el aterrizaje en Nueva Jersey provocando la muerte de 36 personas.

Por otro lado, el hidrógeno no es una fuente renovable. Si todos los coches fueran de hidrógeno, ¿de dónde lo sacaríamos? En la actualidad la mayoría del hidrógeno se obtiene del gas natural (el 50%). El resto se obtiene en un 30% del petróleo, en 18% del carbón y el 2% restante de la electrólisis del agua, así que un coche de hidrógeno es un coche que consume combustibles fósiles.

Si la demanda de hidrógeno para mover coches creciera implicaría una caída en la cifra de producción de cereales, puesto que el hidrógeno que hoy se produce se utiliza casi en exclusiva para fabricar fertilizantes. Si la elección está entre coches con hidrógeno o cereales, ningún Gobierno sensato va a apostar por el hidrógeno. Y es que la invasión de cierto ecologismo extremista oculta más que enseña.

Según Mulet, “por lo tanto, a pesar de que el libro de Jeremy Rifkin sobre la economía del hidrógeno tiene casi veinte años, esa economía, de momento, ni está ni se la espera, salvo que algún cambio tecnológico muy radical abarate la producción de hidrógeno”.

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