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Hay indultos que no son una medida de gracia. Más bien, una gracieta sin medida. Sobre todo si se escuchan ciertas proclamas en favor de los mismos. Los presumibles indultos a los condenados por el procés están ofreciendo la cara más cínica del Poder, ya no solo del Gobierno. Podría escuchar con atención razones para concederlos, y trataría de encontrar aquella sensatez que pudiera incorporarse al debate, pero me son infumables los argumentos falsarios.

No me resulta digerible que Junqueras sea comparado con Mandela; o que los Jordis sean equiparados a los represaliados por el franquismo; o que discrepar de esos indultos te convierta en un revanchista vengativo; o que manifestarse contra los mismos haya de transformarte en partidario de Vox; o que se vuelva a dar la tabarra con el “choque de trenes”: manoseada metáfora que elude determinar qué tren está yendo en sentido contrario a las más básicas reglas ferroviarias, y que por tanto esquiva las responsabilidades de los maquinistas que se metieron (no por error, sino de forma consciente) en la vía equivocada.

Algunas personas somos reacias a todos los nacionalismos: al centralista, a los periféricos, y a cualquier otro de los que brinda el paisaje internacional. Percibimos una amenaza democrática en esa ideología reaccionaria, y constatamos los destrozos y baños de sangre que el nacionalismo ha dejado a lo largo de la Historia. Algunas personas todavía distinguimos entre nacionalismo y patriotismo, y aún no hemos olvidado aquellas palabras de Mitterrand en el Parlamento europeo: “El nacionalismo es la guerra”.

Y si aludimos a argumentarios sonrojantes que están enarbolando instancias gubernamentales, es ineludible pensar en el Jefe de Gabinete, Iván Redondo. Quisiera creer que el inefable consultor es capaz de desarrollar mejores explicaciones, que la burda palabrería que ha puesto en circulación.

El otro día, en relación a los reseñados indultos, Redondo ha reconocido que “se tiraría al barranco por el presidente”. Ay, el barranquismo. Catalogado como deporte de riesgo o de aventura, es una disciplina deportiva que está muy bien. Pero cuando el barranquismo se ejercita en la política, los riesgos están repletos de desventura; y los chichones y piteras, don Iván, suelen recaer en cabeza ajena. La profesionalidad requiere de pasión y entrega, pero no todos los apasionados entreguismos resultan profesionales.

Aunque Redondo no lo dijo, al apostar por el barranco estaba citando un capítulo de El Ala Oeste. No es que el guionista Sorkin esté mal, pero quizá también pueda probar con Gloria Fuertes. Nuestra entrañable poeta nos contó que en una ocasión fue al metro decidida a matarse: “Pero al ir a sacar el billete, ligué. Y en vez de tirarme al tren, me tiré a la taquillera”. Cuánto mejor, señor Redondo. Cuánto mejor.

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