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Hablo de los libros, artefactos de instrucción masiva que estos días se han echado a la calle (a la Plaza, para ser exactos). Un año más, siguiendo la tradición, los cielos saludaron emocionados el inicio de la Feria con un torrente de lágrimas en forma de lluvia. Otro rito que se repite con machacona regularidad. Sin duda, existe un pacto tácito entre libreros y agricultores, dos profesiones que en mayo presentan marca de agua, como los billetes, en sus ciclos estacionales.
Según las encuestas, los índices de lectura en España no están como para tirar cohetes. En cambio, parece que la economía sí va como un cohete, a decir del mandamás del país. Tal vez por eso a mucha gente le preocupa más la buena marcha de los negocios que la práctica de esa enfermedad de transmisión textual que es la lectura. La industria editorial supone en España casi un uno por ciento del PIB y mueve unos 4.000 millones de euros anuales, con la correspondiente mano de obra que conlleva. Las empresas editoriales, grandes y pequeñas, se cuentan por miles (más de ocho mil, dicen algunos estudios), y decenas de miles de libros salen cada año a la luz. Lo cual no quiere decir que tanto cúmulo bibliográfico llegue a leerse, ni mucho menos, pero bueno es que la gente siga comprando libros, aunque sea para regalo.
Aún conservo el libro que el maestro del pueblo me regaló por Reyes en la Navidad de mi primer año escolar: una edición del «Pulgarcito» de Editorial Bruguera, con una cariñosa dedicatoria en la que el esforzado educador de escuela unitaria me instaba a ser bueno y obediente; al parecer virtudes ambas muy del agrado de sus majestades.
Los buenos libros pueden herir nuestra sensibilidad en un momento determinado. Pueden lacerarnos el alma, pueden hacernos pensar, reír o incluso llorar. Pero leer nunca mata. Las dos palabras libro y libre están más próximas de lo que parece. Libres son quienes escriben en libertad, quienes leen, piensan y reflexionan. No quienes copian o plagian. Al necio y al ignorante se les maneja con facilidad. Sin embargo, para frustración de muchos mastuerzos con ínfulas de dictadorzuelos, las estadísticas destacan la notoria capacidad de comprensión escrita de los escolares en determinadas regiones españolas. La nuestra, por ejemplo. Probablemente porque en Castilla y León ha habido excelentes maestros, regalaran o no libros infantiles a sus párvulos alumnos. Hoy podemos elegir entre leer en papel o en pantalla. Yo, acaso por razones de edad y querencia, me quedo con la primera opción. Que cada uno lea como quiera y compruebe en sus propias carnes que leer no mata. Aunque alguna vez hiera. En todo libro, por malo que sea, se puede encontrar algo bueno, decía Cervantes. Y en la Plaza ha habido muchos y buenos estos días de lluvia y sol.
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