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Si todavía no han recibido en su teléfono móvil el meme en el que Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, ataviados con un precioso y llamativo jersey navideño, acaban dándose un fraternal abrazo, es que no están en este mundo. No es el único achuchón imposible del «sketch». También muestran su amor mutuo entre francas sonrisas Yolanda Díaz e Isabel Díaz Ayuso, se miran a los ojos con cariño Santiago Abascal y Gabriel Rufián, se estrujan con dilección Oriol Junqueras y Carles Puigdemont, no se sueltan mientras mantienen unidas sus cabezas Íñigo Errejón y Pablo Iglesias, y hasta el rey emérito y doña Sofía acaban besándose como Dios manda.
La broma es obra de un grupo de artistas denominado United Unknown, que idean maravillas con la inteligencia artificial y hacen de la sátira su forma de vida. Desde luego a mis amigos y a mí nos ha hecho pasar uno de los mejores ratos de estas Navidades.
El verdadero problema es que ver esas imágenes nos produce hilaridad. No nos las creemos. Como mucho, no nos sorprenderá que el presidente del Gobierno acabe estrechando su mano con la del prófugo de Waterloo, como ya dejó entrever ayer en su discurso de balance de año. Por interés, claro; no por auténtico afecto.
Pero hoy es Nochebuena y a mí me gustaría pensar que los protagonistas de tan divertida caricatura al menos se mandan un guasap para desearse lo mejor. O se llaman por teléfono y se preguntan por sus respectivas familias. O se dicen unas bonitas palabras mientras se guiñan el ojo. Nada es imposible.
Que se lo pregunten a aquellos soldados británicos y alemanes que batallaban en los frentes de Bélgica y Francia en la Primera Guerra Mundial. Quién iba a pensar, que en mitad de aquella dura guerra de trincheras, un 24 de diciembre, en varios puntos del Frente Occidental, los germanos iban a colocar árboles de Navidad y que los aliados iban a unírseles con un alto el fuego espontáneo. Los villancicos comenzaron a sustituir a los silbidos de las balas. En otros sitios, combatientes de ambos bandos salieron de sus parapetos embarrados para estrecharse la mano y fumarse un pitillo juntos. Algunos compartieron comida y regalos que habían recibido de sus familiares e incluso se intercambiaron botones del uniforme para recordar aquel mágico momento. Cuentan las crónicas que en aquella Tregua de Navidad jugaron al fútbol quienes horas antes habían estado disparándose. Este gesto de confraternización surgió de la tropa, del pueblo, que hoy día sigue sin comprender la sinrazón de las guerras. Con la llegada del año nuevo las bombas volvieron a silbar sobre las cabezas de quienes poco antes habían vivido una de las experiencias más maravillosas de la Historia. Regresó el lado incomprensible del ser humano, el que es capaz de lo peor.
Pero era Nochebuena y todo es posible en la noche en la que se celebra que un niño nació en Belén para hablarnos de un Dios amistoso con los hombres.
Desde hace una década aproximadamente suelo releer, siempre que llegan estas fechas, un artículo que escribió el filósofo Javier Gomá en La Tercera de ABC titulado «Para besar hay que cerrar los ojos». En él, este bilbaíno, que preside desde hace más de veinte años la Fundación Juan March, justifica su creencia en Jesucristo de una manera sabia y deliciosa. Independientemente de sus creencias religiosas, les recomiendo que lo busquen en internet y lo lean. Es posible que, después de hacerlo, comprendan mejor por qué en Nochebuena pueden hacerse realidad esos imposibles que todos esperamos. Seguro.
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