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Si no lo han hecho ya, les recomiendo que escuchen el estremecedor exordio que Santiago Posteguillo pronunció el pasado viernes en el Senado. Había sido invitado a impartir una conferencia en la Cámara Alta titulada «Hispania corazón de Roma», dentro del ciclo «Encuentros con la historia y la literatura». Sin embargo, pocos de los allí presentes recordarán el contenido de su discurso porque, en sus cabezas, continuará resonando la angustiosa introducción del escritor valenciano y su desgarradora forma de pronunciar la palabra «NADIE».
Posteguillo vivió en primera persona la fatídica riada del pasado 29 de octubre en su casa, situada en Paiporta, a escasos cincuenta metros del Barranco del Poyo. Su relato de aquellas horas resultó escalofriante. Pero hay varios momentos de su narración que calaron más si cabe en las conciencias de quienes lo estaban escuchando. Recordó el autor que la primera noche se acostaron sin luz ni agua «pensado que, lógicamente, al amanecer estaría la Guardia Civil, estarían los bomberos, el ejército... Pero al amanecer no había NADIE. (...) Cae la noche. Hay saqueos. (...) Al segundo amanecer vendrán. No viene NADIE. (...) ¿Cómo puede ser que en 48 horas no venga NADIE? ¿Alguien me lo puede explicar? ¿En España? ¿Siglo XXI?»
El escritor denunció que todavía hoy no está llegando la ayuda institucional que hace falta y se preguntó cómo se puede ser tan «miserable» desde las instituciones. No citó a Mazón, ni a Pedro Sánchez pero mencionó que en el siglo I antes de Cristo los políticos se apuñalaban entre ellos y remató «la sensación que hay en las poblaciones de las que vengo es que los políticos apuñalan al pueblo».
Evocó para finalizar a Antonio Machado y su poema «españolito que vienes al mundo, te guarde Dios / una de las dos Españas ha de helarte el corazón» y concluyó: «Yo no sé si habría que modificar eso porque a veces la sensación que hay es que las dos Españas nos están helando el corazón».
Hacía tiempo que no escuchaba una bofetada tan bien dada a nuestra clase política.
Su crónica fue corroborada este domingo en las páginas del periódico. Alejandro Rodríguez, vecino de Paiporta y con raíces en Alba de Tormes, vino a reflejar exactamente lo mismo: que siguen viviendo en un pueblo fantasma, en el que cada día van a mendigar ayuda al ejército y en el que no se aprecia una dirección clara en la reconstrucción. Alejandro se trajo en cuanto pudo a sus hijas a la villa ducal para que dejaran de sufrir en primera persona toda la desgracia.
Y luego te encuentras a uno que no fue capaz de pedir ayuda con urgencia; a otro que esperaba a ofrecerla cuando se la reclamasen; a una que dijo que donde mejor estaban los familiares de los muertos era en sus casas; a otra que estaba al frente de las alertas y no sabía cómo funcionaban; a una de las mayores responsables más preocupada en su colocación en Europa que en aportar soluciones a la tragedia; a otra más que ha tenido la desvergüenza de abroncar a un grupo de vecinos afectados por la limpieza de los aparcamientos... Políticos...
Comprendo que las confesiones de Víctor de Aldama están dando un juego mediático como hacía tiempo que no vivíamos; entiendo que el caso Begoña, que salpica a diario la elegante ropa de la mujer del presidente, tiene un morbo inusitado; veo que Juan Lobato ha elevado el asunto del fiscal general y el novio de Ayuso a cotas de curiosidad inimaginables. Pero, por favor, sigan acordándose de Valencia. Allí continúan luchando por sobrevivir a pesar de estos «donnadies».
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