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Me ha hecho gracia el mantra que ha estrenado Pedro Sánchez en su comparecencia ante los medios de comunicación para informar del nuevo decreto de ayudas del Estado destinado a las víctimas de la DANA en Valencia: «El Gobierno está a lo que hay que estar».
Lo ha repetido varias veces, sobre todo, cuando le han preguntado por la desastrosa gestión demostrada en esta catástrofe del presidente valenciano, Carlos Mazón: «El Gobierno está a lo que hay que estar».
Sánchez no ha querido mancharse. Lleva evitando el barro desde que cayeron las primeras gotas. Se evidenció el sábado del puente de Todos los Santos en Moncloa cuando soltó aquel «si necesitan más recursos que los pidan», una frase que le perseguirá para siempre. Lo confirmó al día siguiente en Paiporta cuando, en un gesto de cobardía impropio de un presidente del Gobierno y por el que pasará a la Historia con mayúsculas, dejó solos a los reyes y a Mazón ante la indignación de la gente que estaba allí limpiando las calles. La foto que publicó la Casa Real horas después, en la que se ve a los protagonistas de ese trascendental momento durante una reunión posterior en el Centro de Coordinación Operativa Integrado de la Comunidad Valenciana deja clara la actitud del presidente. Bajo la mesa, los únicos zapatos impolutos eran los suyos y los del ministro Grande-Marlaska. Los de los monarcas, los de Mazón y los de la delegada del Gobierno en Valencia estaban completamente manchados de barro.
Ayer, con el cinismo que le caracteriza, el presidente recalcó que el Gobierno está a lo que hay que estar, a «escuchar lo que dice la ciudadanía, a acompañar a la ciudadanía en esta situación tan trágica y a poner todos los recursos del Estado para recuperar la normalidad cuanto antes». Y se quedó tan pichi.
Pero realmente el Gobierno no está a lo que hay que estar. Está a lo que está. A, por ejemplo, no declarar el estado de emergencia nacional, a pesar de haber motivos más que sobrados para ello, con el fin de que Mazón -presidente autonómico del PP- se cociera en su propia salsa de muerte y barro.
A intentar desviar la atención de la bochornosa espantada de Pedro Sánchez en Paiporta, aduciendo que la protesta había sido organizada por peligrosos grupos de ultraderecha, algo que la Guardia Civil, con su rápida investigación, se ha encargado de desmentir.
A promocionar a la desaparecida ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, Teresa Ribera, que esta semana se examina para ser comisaria europea. Bueno, aquí sí se ha mojado Pedro Sánchez y ha defendido la buena gestión de su ministra, de la que solo se recuerda hasta el momento que ha pedido a los damnificados en la riada que hiervan el agua antes de beberla. «El mundo, Europa y España necesitan más Teresas Riberas», ha llegado a decir el presidente. No, por favor.
A elogiar manifestaciones convocadas por grupos separatistas y de extrema izquierda que buscan apropiarse de la indignación de la gente.
A favorecer que Pedro Sánchez eluda por segundo miércoles consecutivo, y pasados quince días desde las inundaciones, la sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados para que así no tenga que dar explicación alguna sobre su gestión de este desastre.
A aprovechar la calamidad valenciana para intentar que los grupos políticos le aprueben los Presupuestos Generales del Estado del año que viene, cuando en realidad no tiene mayoría para conseguirlo.
¿A aplaudir desde los balcones a los servicios de emergencia?
Efectivamente, el Gobierno está a lo que está. ¡Qué pena!
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